Para 1951, el gobierno nacional y popular de Juan Domingo
Perón avanzaba hacia su inevitable reelección, fruto del masivo apoyo que el
movimiento peronista tenía por parte del pueblo argentino. Ante la perspectiva
de seis años más bajo el gobierno de la “2° Tiranía”, los sectores gorilas de
las fuerzas armadas y los partidos tradicionales pergeñaron el fracasado golpe de Estado del 28 de septiembre de 1951, cuando
los obreros se armaron para defender a Perón.
Desde tiempo atrás que los conservadores y los liberales
venían complotando contra el gobierno, con la vana ilusión de interrumpir el
proceso de cambio desatado en la argentina por el peronismo. El objetivo tenía
una fecha precisa, debía ser antes de las elecciones presidenciales de
noviembre, en donde se descontaba un triunfo amplio por parte del presidente.
En la mañana del 28 de septiembre el general retirado
Benjamín Menéndez intentó sublevar la Escuela de Caballería, ubicada en Campo
de Mayo y en donde podría llegar a movilizar unos 180 tanques C-8. Menéndez
especuló con que todos los altos mandos de las fuerzas armadas se plagarían
rápidamente al movimiento, pero ello nunca ocurrió. Apenas si lo acompañaron
los capitanes Alejandro Agustín Lanusse, Juan Enrique Guglialmelli y Julio
Alsogaray.
La resistencia al golpe comenzó en el mismo cuartel de Campo
de Mayo, en donde el coronel Carenzo se mostró enérgico en su negativa para
mover los tanques. Lo mismo hizo el suboficial Miguel Ángel Farina, quien murió
al intentar saltar de un tanque que era movilizado por los rebeldes.
Por su parte, los trabajadores del cordón fabril que rodeaba
a la capital, comenzaron a confluir sobre los lugares de acceso a la ciudad de
Buenos Aires, para levantar allí barricadas que impidieran el paso de los
sublevados.
La revuelta fue rápidamente derrotada. El gobierno inició
una fuerte depuración de las fuerzas armadas y se reemplazaron a los ministros
de la Fuerza Aérea y de la Marina. Varios dirigentes políticos de la oposición
fueron investigados por su evidente connivencia con los golpistas.
Pablo Camogli