La guerra del Paraguay, también conocida como la guerra de
la Triple Alianza, fue la mayor calamidad en la historia del continente
americano. Tres países, empujados por sus elites genocidas, atacaron y
destruyeron a un país hermano, sin otro motivo que las diferencias políticas,
las ambiciones económicas y la locura de gobiernos que sólo conocían el poder
de la fuerza, el poder de las bestias.
En los inicios del conflicto, el Paraguay demostró todo el
poderío de sus defensas y la determinación de lucha de su pueblo. Con esos
argumentos, el ejército del hermano país logró un triunfo inconmensurable, el
de Curupaytí, el 22 de septiembre de 1865, el día en que los paraguayos le
dieron una paliza a Bartolomé Mitre.
La posición de Curupaytí era uno de los puntos centrales en
el esquema de defensa organizado por el Mariscal Francisco Solano López, ante
el avance de los ejércitos unificados de Brasil, Uruguay y Argentina. Allí,
sobre Curupaytí, se habían reunido unos 17.000 paraguayos armados con más de 50
cañones.
El general de la triple alianza, el presidente argentino
Mitre, había diseñado un plan de ataque que, en verdad era bastante simple.
Primero, la escuadra brasileña debía bombardear las fortificaciones de
Curupaytí y, luego de un buen desgaste, sus tropas avanzarían a bayoneta calada
sobre las posiciones enemigas, cuyas trincheras serían tomadas mediante un
asalto general.
Si bien el ataque estaba previsto para el 17 de septiembre,
debió retrasarse cinco días a causa de las copiosas lluvias que cayeron aquella
primavera trágica en el Paraguay. Recién en la madrugada del 22 se inició el
infructuoso bombardeo por parte de la armada brasileña.
A las 12 del mediodía, Mitre lanzó cuatro columnas de
infantes sobre las trincheras paraguayas. Los defensores contaban con notables
ventajas tácticas, la principal de ellas, era que tenían un general de verdad
como José Díaz, quién preparó el terreno para recibir a los enemigos. Para
ello, ordenó colocar numerosos troncos de Abatí, lo que le permitía, no sólo
dificultar la marcha del adversario sino, también ocultar su propio despliegue
defensivo.
Lleno de arrogancia, Mitre lanzó sus tropas, las que encontraron
enormes dificultades para avanzar en un terreno anegado por las lluvias, los
pastizales y las trampas colocadas por los paraguayos. Cuando las tropas
argentinas quedaron bajo el fuego paraguayo, la batalla se transformó en una
matanza inútil. Miles de soldados murieron sin siquiera llegar hasta las
trincheras enemigas.
Pablo Camogli