A lo largo del siglo XX, los Estados Unidos han decidido
quiénes eran los buenos y quiénes los malos en el mapa del mundo. En muchas
ocasiones, además, esa condición podía cambiar según las necesidades del
imperio. En las últimas décadas, hay un caso paradigmático de esta situación,
es el de los famosos Talibanes de Afganistán, que un día como hoy, pero de
1996, eran los buenos de la película.
La división del mundo en dos bloques antagónicos, uno
capitalista bajo la tutela de Estados Unidos y el otro comunista bajo el
control de la Unión Soviética, puso a todas las regiones bajo la presión
constante de ambos bloques. Afganistán, vecina de la poderosa Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, fue uno de los escenarios más candentes de
la lucha por la hegemonía entre ambos imperios.
A fines de la década de 1970, los soviéticos ocuparon con
fuerzas militares Afganistán para imponer un gobierno comunista afín a los
dictados de Moscú.
Esta situación, como era inevitable, despertó una gran
preocupación en los Estados Unidos, qué empezó a buscar posibles aliados para
luchar contra los rusos. Y esos aliados, pronto aparecieron. Los encontró en un
grupo fundamentalista islámico llamado Talibán, que operaba en el sur del país.
A partir de ese momento, todos los organismos yanquis
dedicados al espionaje y las operaciones encubiertas, comenzaron a prestar
auxilios para los talibanes, quienes le declararon la guerra a los ocupantes
rusos. La CIA, el FBI y los servicios secretos de las fuerzas armadas yanquis
suministraron información, armamentos y todo tipo de recursos para sostener y
solventar el accionar Talibán. En aquellos años, los talibanes, eran los buenos
de la película.
Con este apoyo, los talibanes se lanzaron a la guerra contra
el régimen comunista primero, y contra los señores de la guerra después, grupo
nacionalista que lideraba el norte del país. Luego de cruentos combates, el 27
de septiembre de 1996, los talibanes tomaron Kabul, la capital del país e
instauraron un gobierno islámico ortodoxo que contó con el beneplácito de los
Estados Unidos.
Pablo Camogli