Las disculpas del ganador, por Luis Bruschtein

En las primarias, Cristina Kirchner sacó más del 50 por ciento de los votos y se espera que saque más en las presidenciales. 

La mayoría de los gobernadores que ya fueron reelectos lo hicieron con más del 60 por ciento, como en San Juan, Misiones, Tucumán y Chaco. Se dice entonces que no son cifras democráticas. Que democráticas son otras provincias donde los gobernadores son opositores y obtuvieron menos del 50 por ciento de los votos, como la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Se dice entonces que éstas son grandes provincias, que tienen una cultura política superior, donde no funcionan el clientelismo y otras prácticas perversas de la política. O sea que para ser democrático hay que ser opositor, pero por sobre todas las cosas, hay que sacar menos del 50 por ciento de los votos.

El análisis que se hace a ceño fruncido destila todas las características de la superficialidad, de la mirada facilista y, sobre todas las cosas, clasista y porteñocentrista. Casi todas las provincias que producen esos resultados tan concluyentes han sido históricamente las provincias más pobres. Por lo tanto, el voto de esas provincias sería un voto humilde, de baja calidad democrática, como se ha dicho sin vergüenza y en voz alta. Sería un voto de baja calidad porque es un voto pobre, un voto más vulnerable a las famosas prácticas clientelares. Hay un gran fenómeno socioeconómico con fuertes impactos culturales y políticos que se está produciendo en esas provincias, y la mayoría de los analistas lo único que aciertan a ver, el único argumento con que lo explican, es la corrupción y el clientelismo.

En realidad tampoco están viendo el proceso de fondo, porque ese gran fenómeno que se produce en esas provincias no son los resultados electorales que solamente constituyen un síntoma, una señal muy fuerte que no puede dejarse de lado. Y por supuesto que ese fenómeno no excluye que siga habiendo prácticas nefastas como la corrupción y el clientelismo. Seguramente las sigue habiendo en todo el país, incluyendo a las “grandes” provincias. Pero esas prácticas explican muy poco frente a resultados electorales tan apabullantes.

Fue sorprendente escucharlo a Jorge Capitanich casi pidiendo disculpas por haber logrado una votación impresionante en el Chaco. “Es la primera vez en la historia del Chaco”, casi se disculpó. Y después dio una serie de explicaciones para demostrar que la oposición, en este caso el radicalismo, sigue viva. Lo cual es cierto. Las principales ciudades del Chaco siguen gobernadas por el radicalismo. Las dos más importantes, Resistencia y Roque Sáenz Peña, elegirán sus intendentes el 9 de octubre. En algunos distritos de la capital chaqueña, Capitanich llegó al 80 por ciento de los votos. Sin embargo, las encuestas para intendente le dan, apenas, una pequeña ventaja al oficialismo kirchnerista, y en Roque Sáenz Peña la elección también será reñida. En otras ciudades, como Barranquera, donde ganó Capitanich, hubo corte de boleta y para intendente ganaron los radicales. Capitanich trató de explicar que el voto en el Chaco fue un voto complejo, mucho más reflexionado, por ejemplo, que el santafesino o el porteño, que fueron más lineales.

Además es elemental deducir que cuando se obtiene más del 60 por ciento de los votos quiere decir que la gran mayoría de la clase media está incluida en esa cifra. No es solamente un voto humilde. Sí es cierto que estas cifras se producen, sobre todo, en las provincias más pobres.

Para los porteños son las provincias pobres, pero allí se está produciendo un fenómeno que las hizo cambiar en ese sentido. Las cifras que dio Capitanich para el Chaco seguramente también se aplican en forma equivalente en otras provincias. Cuando empezaron a aplicarse medidas neoliberales, las primeras en sentir sus efectos fueron las llamadas economías regionales. Fue un proceso que comenzó mucho antes de los años ’90, que fue recién cuando terminaron por impactar con mucha fuerza en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
El gobernador chaqueño recordó que en la época de oro de la industria textil argentina, el Chaco, que era algodonero por excelencia, tenía unas 200 mil hectáreas sembradas con ese cultivo. Con las políticas del neoliberalismo que fundieron la industria textil nacional, ya durante la dictadura, esa superficie sembrada bajó hasta sólo nueve mil hectáreas. En este momento en el Chaco hay 400 mil hectáreas sembradas con algodón. Y alrededor de la producción provincial se desarrolló una industria metalmecánica que exporta maquinaria a países vecinos con desarrollos tecnológicos propios.

Todas fueron provincias donde la mayoría vivía del empleo público en Estados provinciales fundidos. El ex ministro de Economía Domingo Cavallo las calificó de “economías inviables”. Los porteños y bonaerenses conocieron esos índices de pobreza, marginación, hambre, mortandad infantil, desempleo y desesperación, sólo en los peores años de la crisis, pero en esas provincias los sufrieron durante décadas y décadas.

Desde el momento de su existencia como provincia –fines de los años ’40 del siglo pasado– hasta el 2007, el PBI de la provincia del Chaco creció 50 por ciento. Desde el 2007 hasta ahora, creció otro 50 por ciento. Es decir, que en los últimos cuatro años la provincia creció, de golpe, lo mismo que en todos los años anteriores.

En la Capital Federal, el cambio no se manifestó con tanta fuerza. Pero en esas provincias, el cambio fue muy evidente. Se mida con la vara que se mida, la pobreza y la indigencia bajaron a menos de la mitad. No se trata de la miseria y la indigencia que había habido en los últimos diez años, como en el Gran Buenos Aires y la Capital, sino la miseria y la indigencia que se vivieron desde siempre y sobre todo en los últimos cuarenta años.

Las causas de este fenómeno son muchas. Por un lado, el cambio de condiciones de intercambio en los mercados mundiales con el aumento del precio de las commodities. Pero también hay medidas de gobierno, en el desarrollo del mercado interno, en el tipo de cambio favorable, en el estímulo a la diversificación y sobre todo en el volumen de la inversión del Estado nacional en obra pública, energía, caminos, rutas, puentes, usinas y demás. En casi todos estos casos tiene un impacto muy fuerte el cultivo de la soja transgénica. Pero no es el único impulso, como se señaló con el algodón en Chaco o la producción de limones en Tucumán –que se convirtió en el mayor productor mundial del cítrico– o el turismo en Misiones.

Este fenómeno no quiere decir que se acabó la corrupción o que los procesos políticos se hayan purificado. Y además trajo consigo nuevos problemas. Pero se trata de otro país que el que había en el 2003. En estos ocho años se produjeron cambios estructurales de los que pocos analistas y políticos dan cuenta para deducir sus estrategias. Y, sin embargo, los nuevos problemas son muchos: la soja transgénica con el peligro del monocultivo y del uso masivo de insecticidas, el avance de la frontera agrícola y la destrucción del bosque nativo, la valorización de la tierra y por lo tanto el aumento de las injusticias contra los colonos y los pueblos originarios. También la minería. En San Juan, el gobernador ganó la reelección con más del 70 por ciento de los votos, porque para la mayoría de la gente, oponerse a la minería es regresar a la nada. Hay que replantear la actividad minera, pero sin llevarla a la desaparición. Y si la pobreza y la indigencia bajaron a menos de la mitad, hay que seguir hasta erradicarlas. Hay cientos de nuevos problemas, pero esas provincias salieron del pozo donde estuvieron durante décadas y esa masividad del voto está en relación con ese salto que han dado.

Todas esas provincias tienen muchos problemas, parecidos a los que tienen las supuestas provincias “grandes” y de “mayor cultura política”. Han mejorado muchísimo, pero no son el paraíso. Más allá de eso, da vergüenza esa mirada centralista que se usa para realizar análisis clasistas y despectivos. En la ciudad de Buenos Aires todo el mundo se indignó por la declaración de Fito, pero sobre esas provincias cualquiera puede volcar su desprecio sin que nadie reaccione porque es algo que está culturalmente naturalizado.
Luis Bruschtein