El presidente del Perú completó su "luna de miel"
con una imagen positiva muy superior al promedio histórico de los últimos
mandatarios. La mayoría de los analistas opina, sin embargo, que Perú todavía
se debe acostumbrar a un estilo de gobierno caracterizado por el bajo perfil
del presidente y por la acción de un gabinete heterogéneo en el que se alternan
liberales ortodoxos en áreas económicas con militantes izquierdistas en las
áreas sociales.
"El modelo de aprendizaje continúa y aún no se alcanzan
a ver los límites", afirmó Aldo Panfichi, en referencia a que aún es
pronto para determinar hacia dónde marchará Humala en los próximos meses,
cuando tenga que llevar a la práctica las promesas de cambio social que formuló
en la campaña. Por lo pronto, los analistas coinciden en que el gobierno
transurre por la carretera de moderación que prometió Humala en la segunda
parte de la campaña electoral, y que ya no se repiten sus declaraciones
radicales de la primera vuelta electoral, las mismas que habían caracterizado
su campaña de 2006.
Para el parlamentario centrista Johnny Lescano, esa
moderación y ese respeto al modelo económico preexistente pueden provocar que
Humala tenga dificultades para hacer los cambios sociales, opinión que también
comienza a aparecer ya en el ala más izquierdista de la alianza gobernante Gana
Perú.
Pero para sectores más radicales, como la Confederación
General de Trabajadores del Perú, la mayor central obrera del país, el gobierno
comenzará pronto a perfilar las políticas de cambio, para lo cual, según el
vicepresidente de la organización sindical, Olmedo Auris, se requerirá que las
fuerzas sociales apoyen al mandatario.
Humala, un teniente coronel del Ejército en retiro de 49 años,
gobierna en medio de una persistente presión mediática y política de parte de
sectores de derechas que parecen decididos a no dejarlo partir hacia un camino
de cambios que, según ellos, pueda derivar en el populismo y la inestabilidad
económíca. El presidente, que ha hecho de la inclusión social su tema bandera y
que ya creó un ministerio dedicado a tal fin, parece confiar en que ese
propósito no es incompatible con el mantenimiento de la estabilidad económica.
Su lucha, lo ha aclarado varias veces, no es contra el crecimiento económico,
sino en contra de que los beneficios de ese crecimiento se queden en unas pocas
manos.
A pesar de los escándalos por el pasado de algunos
legisladores oficialistas; por la designación como "zar" antidrogas
de Ricardo Soberón, defensor de los productores de coca; por la "insensibilidad"
de la ministra de la Mujer, Aída García Naranjo, después de que tres niños
murieran por consumir alimentos distribuidos por el Estado, y por la presencia
de cuestionados asesores, como el coronel en retiro Adrián Villafuerte, quien
más daño parece haberle hecho hasta ahora al gobierno es el segundo
vicepresidente, Omar Chehade.
Chehade, quien fuera abogado personal de Humala en procesos
de derechos humanos, es acusado de haber reunido a altos mandos de la Policía
para pedirles un desalojo ilegal de los trabajadores que por mandato judicial
administran la azucarera Andahuasi, reclamada ante los tribunales por el
poderoso conglomerado Grupo Wong. El presidente ha marcado distancias frente a
Chehade y ha expresado apoyo a que se le investigue. Aún así, el caso genera
impacto en quien tuvo en su imagen de honestidad una de las razones de su
triunfo.
A diferencia de su antecesor, Alan García, y su dones de
ubicuidad y verbo desbordado, a Humala se le ve y se le escucha poco, pero
cuando se muestra es resolviendo aspectos puntuales, algo que parece haber
calado bien en las población. Sostener el impresionante desarrollo económico de
los últimos años en el Perú, pero con medidas que acorten la brecha social, es
el reto en los 1727 días que le quedan de gobierno a Humala, quien sigue
llevando un estilo austero y aún vive en su relativamente modesta casa de clase
media, como para no dejarse influir por las pompas del poder representadas en
el Palacio.
Fuente: Página/12