Julián Varsavsky propone una gira por los rincones ocultos de la
Provincia, entre caminos de tierra roja abiertos en la selva. Un
acercamiento a la cotidianeidad y las historias de los colonos de origen
centroeuropeo, brasilero y paraguayo, que conforman la singular cultura
misionera. Plantaciones de yerba, cabañas solitarias, campings, saltos
de agua, cabalgatas y pesca.
En Misiones se ha terminado de organizar en los últimos meses una red
de microemprendedores agroturísticos que se extiende por toda la
provincia y ofrece a los viajeros una mirada profunda de la vida rural
del colono misionero, ese singular hombre de campo en el que confluyen
culturas centroeuropeas mezcladas con la brasilera y la guaraní. La red
viene siendo impulsada desde 2002 por un equipo de profesionales
organizados y financiados por ISCOS –Instituto Sindical de Cooperación
para el Desarrollo–, una ONG italiana que combina esfuerzos con actores
locales como la UNEFAM (Unión de Escuelas de Familia Agrícolas de
Misiones). El resultado fue que 73 pequeños emprendedores ligados al
trabajo con la tierra han recibido formación turística y microcréditos
para agregar el turismo a sus tareas económicas. Algunos de ellos son,
por ejemplo, sembradores de tabaco, una actividad que desean abandonar
porque es muy contaminante. Otros son productores de yerba y té –que se
cosechan en invierno y en verano respectivamente— y que el resto del año
carecen de otros ingresos.
Ahora, agrupados en la Red de Agroturismo Misiones, estos hombres de
la selva y el campo alojan viajeros en sus casas o en cabañas recién
estrenadas, venden dulces y frutas, preparan almuerzos y cenas, han
habilitado campings y pequeños balnearios, organizan cabalgatas, cuidan
senderos ecológico-educativos y gestionan lagos artificiales para la
práctica del tradicional “pesque y pague”.
Al salir a recorrer la provincia por sus rutas troncales para luego
desviarse por los caminos de tierra roja que llevan a estos
emprendimientos, uno se encuentra con curiosos personajes y singulares
situaciones que podrían perfectamente ambientar una road movie –a la
manera de Familia Rodante, de Pablo Trapero, filmada en algunos de estos
parajes— y descubrir los submundos culturales de una provincia con una
identidad muy fuerte que, vista a la distancia, parece muy homogénea.
Pero en Misiones hay tres rutas troncales que la atraviesan de norte a
sur: la provincial 2 en el borde derecho del mapa –limítrofe con
Brasil–, la central RN 14 y la nacional 12 que costea el Paraná
limitando con Paraguay. Cada una de estas rutas encierra un submundo
donde sus habitantes hablan con tono e incluso idiomas diferentes, comen
otra gastronomía, siembran cosas distintas, pintan sus casas cada cual a
su manera y tienen orígenes raciales variopintos.
La Ruta Provincial 2, que bordea el río Uruguay, es básicamente una
zona de colonos brasileños, alemanes e italianos. Los ancianos suelen
ser extranjeros, mientras que sus hijos ya son argentinos pero crecieron
con el fuerte legado de sus raíces inmigrantes. Al ser la influencia
brasilera muy grande –sobre todo por los medios de comunicación— muchos
de estos misioneros hablan directamente en portugués en su vida
cotidiana. Algunos hablan sólo portuñol y otros son bilingües pero con
acento portugués. En algunas escuelas ocurre que las clases son en
español pero en el recreo los chicos hablan en portugués. A los costados
de la ruta 2 no se planta mucho té ni yerba sino tabaco y granos como
el poroto con que se hace la feijoada.
La Ruta 14 es el eje central de la provincia y no limita con países
vecinos. Aquí está el que sería el acento misionero más puro, si es que
eso existe. Muchos habitantes provienen de inmigrantes polacos y
ucranianos, y se ven entonces iglesias cristianas ortodoxas, carros
polacos, casas pintadas con vivos colores y muchísimas plantaciones de
yerba.
La Ruta 12 es la que bordea el Paraná y limita con Paraguay. Sus
habitantes son en general descendientes de suizos, alemanes, daneses y
paraguayos. El acento tiende por lo tanto al paraguayo y muchos
directamente hablan guaraní. Aquí no se plantan porotos sino mucho maíz y
mandioca con los que se preparan el reviro, el chipá guazú y la sopa
paraguaya, que no es sopa sino budín. Junto a la ruta se ven algunas
iglesias luteranas, la tierra no se ara con bueyes sino con tractorcitos
y en las chacras los campesinos tienen todo “a lo chamamé”, es decir,
desordenado en galpones donde se amontonan herramientas de trabajo,
tractores oxidados y el resultado de la última cosecha.
Todo esto es Misiones –que además tiene unas famosas cataratas-, un
provocador desafío para viajeros que buscan salir a la ruta sin un plan
muy definido, al encuentro con el diferente y dispuestos a meterse selva
adentro. A continuación, un recorrido desde el centro de la provincia
hacia el noreste por algunos de los submundos del universo misionero.
A comer pescado
La gira comienza en el centro sur de la provincia –departamento de
Oberá-, para ir subiendo hacia el norte por la Ruta Nacional 14. El
primer establecimiento a la vera de la ruta es el Edén de Pedro y María,
donde los anfitriones tienen un restaurante bajo un quincho donde
sirven manjares preparados con pescados que ellos mismos crían en
estanques.
A lo de Pedro y María se llega por un camino de tierra roja entre
plantaciones de té que se desprende de la RN 14 en las afueras de Campo
Viera. Mientras tiramos la caña con un poco de pasto como carnada para
atrapar nuestro almuerzo, Andrés Jesús Rogaczewsky nos cuenta que su
padre llegó de Polonia en 1927 con 8 años. En su momento les dieron un
lote cuadrado de 25 ha, una medida que se otorgaba a los colonos, un
promedio que no ha variado mucho hasta hoy en las chacras. La promesa de
una América dorada resultó ser para aquellos inmigrantes un mero bosque
virgen donde tumbaron unos arboles e hicieron una choza, en medio de la
nada, con millones de bichos alrededor. Pero las durísimas condiciones
eran preferibles a las guerras europeas. Todos estos inmigrantes lo que
más buscaban era paz.
Andrés Jesús tiene un aspecto polaquísimo, rubio con cachetes
rozagantes y ojos muy claros. Su hablar es misionerísimo, de monte
adentro, en última instancia con un acento muy aparaguayado, con las
inflexiones y la métrica del guaraní. El abuelo de Rogaczewsky era
aserrador, así que se las ingenió bien al llegar. Luego puso un secadero
de té y en 1960 plantó pinos. Los troncos los cambió años después por
otra chacra de 25 ha.
La pesca fue rápida –el estanque está lleno de pacúes y carpas
húngaras— y en una hora la mesa estuvo servida con un suculento pacú a
la parrilla y toda clase de delicias en base a pescado: bombas de
mandioca, empanadas, croquetas, milanesas y albóndigas.
La vida del colono –ya en segunda y tercera generación en el país–,
sigue siendo peliaguda, a veces en el límite con la pobreza. Claro que
es una pobreza en diferente a la de la gran ciudad, porque en las
chacras se produce todo lo necesario para comer, y a veces sus
habitantes no compran otra cosa que el aceite y la sal.
En un día común –incluyendo fines de semana— Pedro se levanta con el
sol, lleva los chicos al colegio, vuelve a la chacra y corta el pasto en
los alrededores de los estanques, le da de comer a los peces, luego
puede que arregle su camioneta o el camión, o haga alguna mejora en la
casa de madera y atienda a un pescador o comensal. También tiene que
limpiar la pileta que usan las familias que llegan a pasar el día –en
verano es todos los días, una hora y media de trabajo— y debe arreglar
todo el tiempo el sistema de acequias que interconectan los estanques.
Además tiene una plantación de té y otra de yerba –las arrienda-, y no
tiene un solo empleado (solo lo ayuda los más grandes de sus cinco hijos
en edad escolar).
“Por lo menos acá no tenemos que regar, eso lo hace la naturaleza,
pero llueve tanto que el tiempo se nos va en desmalezar” –agrega
Rogaczewsky. Y una pequeña plantación de choclo que, cada tanto, es
saqueada por los monitos.
“Yo los he visto como vienen, atan dos mazorcas con una hoja, se la
cuelgan en la espalda y se las llevan” –agrega entre risas Don
Rogaczewsky. El teléfono del Edén de Pedro y María es 03755 15 609747
Hacia el norte
Luego del almuerzo retomamos la Ruta 14 hacia la ciudad de Aristóbulo
del Valle en busca del Agrocamping Salto Piedras Blancas para pasar la
noche. El camping esta en un lugar idílico, a la sombra de altos arboles
misioneros junto a un arroyo. Además hay una cabaña nueva de madera con
techo a dos aguas en plena selva, con baño, cocina y cuatro camas.
Alrededor del camping hay dos hermosos saltos de agua a los que se
llega por un sendero de selva en galería donde hay piletones naturales
para bañarse en aguas cristalinas. El anfitrión es Pablo Schwitzer -28
años-, descendiente de alemanes y egresado de una de las escuelas EFA
(Escuela de la Familia Agricola) que hay en toda la provincia, donde se
forman jóvenes para que no abandonen la vida rural y no se vayan a vivir
a las ciudades. Un fenómeno que se busca revertir con esta red de
agroturismo es que muchos chacareros venden su tierra y terminan
engrosando los barrios marginales de las ciudades y sin trabajo.
En el secundario de la escuela EFA Pablo aprendió albañilería,
sistemas eléctricos, a cocinar, carpintería, agricultura, a manejar una
granja completa y también los secretos –que ahora aplica— del plantado
de té y yerba mate. Su familia tiene una chacra de 97 hectáreas que
manejan ellos mismos.
En el Agrocamping Salto Piedras Blancas hay agua caliente,
electricidad, una pequeña proveeduría, comidas rápidas, parrillas, un
quincho –todo rigurosamente limpio—, dos estanques de pesca y mucha
tranquilidad. La cabaña cuesta $ 50 por persona. Tel 03755-15-683083
E-mail: pabloschwitzer@hotmail.com
Los Cedros
A la mañana siguiente seguimos viaje por la ruta 14 –siempre hacia el
norte— rumbo al establecimiento Los Cedros, que tiene una solitaria y
confortable cabaña aislada de todo, a la sombra de la selva. Los Cedros
está a pocos kilómetros del pueblo de 2 de Mayo, justo en el centro de
la provincia. El dueño de casa es Celso Kelm –50 años-, un rubio de ojos
azules descendiente de polacos y alemanes. Alojado en Los Cedros, uno
le siente el pulso a la selva y la vida rural en un sentido muy
autentico, sin la menor sobreactuación para los visitantes. Cuando
llegamos, por ejemplo, no había nadie a la vista: estaba la familia
completa trabajando monte adentro.
Las charlas con Celso Kelm son una especie de viaje al origen del
poblamiento blanco de Misiones, que dio lugar a la “cultura del colono”.
Los abuelos de Celso llegaron hace 66 años a la zona desde Brasil. Él,
por su parte, se instaló en su chacra hace 20 años, cuando adquirió 11
hectáreas. Tiempo después cambió su auto por otras 9 hectáreas y ahora
ya no tiene movilidad propia, a pesar de que vive en medio del campo. La
ruta está a 2 km y sus hijos salen a pie a las 5.30 am para tomar el
colectivo al colegio. Y los más chicos caminan 4 km para ir al primario.
En la chacra Celso ara la tierra con una yunta de bueyes, cosecha
mandioca, batata, maíz, poroto, arroz y cítricos. También cría gallinas,
cerdos y cuatro novillos que le dan carne todo el año. Además tiene una
plantación de yerba, la cual hay que podar mes a mes. Cuando llega la
época de “tarefear” la familia corta las ramas de yerba a tijeretazos y
luego las cargan “emponchadas” en un camión. Cada dos días llevan la
yerba en bruto al secadero para venderla, unos 900 kilos por los cuales
obtienen –descontado el flete— 40 centavos por kilo (unos 400 pesos). El
año pasado, con el arduo trabajo de toda la familia, produjeron 40.000
kilos (16.000 pesos, menos el monotributo). Celso tiene 12 hijos –uno de
ellos es albañil el Tierra del Fuego— y todo lo otro que produce es
básicamente para autoconsumo. El único ingreso fijo que tienen es la
Asignación Universal por Hijo. Ahora han agregado el turismo como una
incipiente actividad más.
Los Cedros es un lugar para descansar, caminar por la selva y
escuchar las historias de Celso. Como aquella vez en que, estando
adentro del monte, macheteando, lo picó una yarará. “Poner el pie arriba
del fuego duele menos”, dice Celso mientras se pone serio. “Mi gurí la
mató y la trajo para mostrársela el médico en el hospital… Yo caminé
primero 1000 metros hasta el coche y tardé 25 minutos hasta San Vicente.
A la entrada a la ciudad ya me estaba quedando ciego. Una hora y media
después de que me inyectaran en antiofídico me empezó a calmar el dolor,
tenía la pierna negra y tan hinchada que no me podía sacar el
pantalón”. Por las dudas Celso aclara que en donde viven ellos no hay
víboras -se escapan de las partes pobladas-, así que en los Cedros todo
es paz y tranquilidad.
Rumbo a Caraguatai
El viaje se acerca ahora a la RN 12 por la RP 212, en las afueras de
Caraguatai. Allí el establecimiento Los Lagos es una casa de familia que
ofrece comidas y tradicional “pesque y pague”. A nuestro encuentro
salió el señor Rodolfo Peyer: “acá van a conocer la casa de una familia
colona”. La casa tiene techo a dos aguas como las de Suiza, como si
nevara. Peyer explica que sus padres la hicieron con cuatro bolsas de
cemento y el resto solo con cal, porque después de la 2da Guerra Mundial
escaseaban los materiales. Peyer tuvo padres suizos y madre austriaca,
quienes llegaron en barco a la zona y al ver la selva virgen se
quisieron volver. Pero ya no tenían más dinero (en concreto venían a
buscar oro).
Cuando le pregunto a Peyer si a sus 67 años ha visto como se depredó
la selva misionera, me responde con un ejemplo: “¿Quién se hubiera
imaginado que para poder pescar iba a tener que hacerlo en un estanque
artificial?. Antes sacabas de todo en el río, ahora no hay nada, solo
mojaras.
La charla vuelve a los orígenes –Peyer destila una alegre nostalgia— y
el anfitrión me cuenta que cuando sus padres instalaron una choza de
cañas en el terreno que les correspondía, los niños dormían en una jaula
cubierta con una tela que los protegía de los bichos. En Europa habían
tenido una panadería y cuando terminó la guerra la vendieron. Pero al
día siguiente ese dinero había perdido todo su valor.
Durante el almuerzo con la familia a pleno se sentó a la mesa el cura
de la zona y hablamos de las aldeas guaraníes que vimos desde la ruta.
“Los guaraníes son como camaleones que se adaptan a cada situación.
Si llegan los evangélicos se hacen evangélicos, porque les traen cosas.
Cuando se cansan no les prestan más atención, entonces los religiosos
también se cansan y se van. Y así con diferentes religiones. Así que
nosotros les respetamos sus propias creencias y tratamos de no
interferir, son inteligentísimos” –agrega el Padre.
El almuerzo consistió en un pez asado al horno de ladrillos,
chipacitas calientes y un pan casero que llegó humeante a la mesa. De
postre cominos un delicioso flan de yerba mate. Y el señor Peyer,
satisfecho con la comida y por la visita, cerró el almuerzo aclarando
que ellos no viven del turismo, “pero si aparece uno lo atendemos muy
bien”. Los Peyer –anfitriones natos— reciben gente a comer en su casa,
antes que todo por placer.
A caballo por la selva
Sobre la RP 212 –casi sobre Ruta 12– a 800 metros del pueblo de
Caraguatay, Mariela Seifert organiza cabalgatas por la selva. La
excursión parte desde el establecimiento agrícola de la familia Seifer,
de origen alemán. Salimos a cabalgar por una hora entre arboles gigantes
y toda clase de orquídeas y helechos gigantes. Durante el paseo Mariela
nos contó que es veterinaria especializada en caballos. Además cría y
vende caballos de pato, su deporte favorito. La idea surgió de la
confluencia de dos factores: “mantener una selva virgen no es negocio –a
menos que la cortes— y criar caballos tampoco. Entonces mantuve mi
selva y llevo turistas a cabalgar por ella”, explica nuestra anfitriona.
Los senderos caracolean por la selva y atraviesan una plantación de
yerba y otra de pinos, bordeando un arroyo donde nos dimos un
refrescante chapuzón. Otra alternativa son las cabalgatas de día
completo por diferentes circuitos, uno de ellos para visitar un añoso
timbó gigante –especie muy castigada— que hoy en día es una rareza de la
selva misionera. Reservas al teléfono 03751-494025 e-mail:
mseifert@arnet.com.ar
Datos útiles
Más información: Para solicitar información en detalle, un mapa con
toda la red de agroturismo y hacer reservas, hay que contactarse a
través del sitio web www.agroturismomisiones.com.ar Por teléfono en ISCOS Argentina (4782-0237) o con UNEFAM Misiones (03755-467021).
Julián Varsavsky
Licenciado en Ciencias de la Comunicación, UBA. Periodista del suplemento de turismo del diario Página 12 desde 1998. Editor periodístico de la revista Recorriendo la Patagonia desde 2004. Productor, guionista, editor de documentales y creador del sitio Viaje Musical. Fotógrafo especializado en turismo.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación, UBA. Periodista del suplemento de turismo del diario Página 12 desde 1998. Editor periodístico de la revista Recorriendo la Patagonia desde 2004. Productor, guionista, editor de documentales y creador del sitio Viaje Musical. Fotógrafo especializado en turismo.
fuente Argentina.ar