Durante décadas no se habló del hecho, como
si el silencio se hubiera decretado en forma colectiva. Escasas referencias
habían sobre lo sucedido y el hecho estaba ausente de los programas escolares,
los actos públicos y los libros de historia. Pero la memoria social no se puede
borrar, porque tarde o temprano aflora, debido a la necesidad de encontrar la
verdad, como camino indispensable para acceder a la justicia. Durante décadas,
la Masacre de Oberá fue un tema prohibido, fue una masacre que permaneció
oculta.
La década de 1930 fue de crecimiento
demográfico para el Territorio Nacional de Misiones, que vivía un importante
proceso de colonización, cuyos principales protagonistas fueron los colonos de
origen europeo o brasileño-europeo. En ese sentido, en Misiones se registraron
dos tipos de asentamientos, uno impulsado por el Estado nacional y otro llevado
a cabo por inversores privados.
En la zona centro, fue la ciudad de Oberá
la principal localidad, con unos 17.000 habitantes para 1935 y una producción
fuertemente volcada hacia la yerba mate y el tabaco.
A comienzos de 1936, la producción local
estaba en crisis, debido a una serie de factores, como la presión tributaria,
la sequía, los abusos tradicionales de los acopiadores y la precaria realidad
de la posesión de la tierra, que dejaba a muchos colonos en una especie de
limbo y en el límite de ser considerados intrusos o usurpadores.
Esta situación fue generando un descontento
social y un caldo de cultivo para la protesta social, un fenómeno que desde
hacía décadas no se vivía en Misiones y para la cual las autoridades no estaban
preparadas. Ya en los primeros días de marzo, los colonos comenzaron a
organizarse con el objetivo de peticionar ciertos cambios en su realidad
cotidiana.
El 15 de marzo, entre 400 y 600 colonos se
reunieron en Oberá para marchar y protestar por su situación. La respuesta de
la policía local, en compañía de los patrones acopiadores y terratenientes, fue
de una violencia inusitada e inesperada. La columna, integrada por los colonos
con sus mujeres y sus hijos, fue recibida a los balazos. En aquel momento,
varios manifestantes fueron heridos y se registró la primera víctima fatal.
Pero lo peor estaría por venir.
Pablo Camogli