Los historiadores vienen debatiendo sobre cuál es el origen de la historia, desde el mismo momento en que surgió la historiografía. La historiografía es la escritura de la historia. O sea, no son los historiadores los que hacen la historia; los historiadores tan sólo escriben relatos sobre los hechos del pasado. En consecuencia, para muchos, la historia tiene origen en el mismo momento en que las sociedades del pasado desarrollaron la escritura. Todo lo que sea previo a ello, debe enmarcarse en otro tiempo, la pre-historia. Así, cientos de culturas y pueblos que desconocían la escritura fueron borrados de la historia.
Esta forma de interpretar la historia, se vincula con otra, que entiende que todo comenzó con el “descubrimiento” de América. De esta forma, fueron los europeos los que les dieron historia a los pueblos originarios al traerles la escritura. Como la mayoría de las culturas americanas no había desarrollado lenguajes escritos, fue sencillo para los conquistadores escribir su propia versión de la historia. De esta versión, claro está, no participarían los pueblos originarios, cuyo pasado quedó automáticamente relegado al plano de la pre-historia. Pasaron a ser, en consecuencia, pueblos sin historia.
En el caso de Misiones, el origen de nuestra historia es todo un desafío. ¿Cuándo comienza la historia de Misiones? ¿Fue acaso al momento de nuestra provincialización en 1953? ¿Fue a partir de la llegada de los colonos europeos, brasileños y paraguayos a comienzos del siglo XX? ¿Pudo haber sido Andresito el origen de nosotros mismos? ¿O el origen fueron los padres jesuitas y las reducciones?... El origen, nuestro origen, es previo a todos estos hechos.
Hace 2.000 años se iniciaba una de las migraciones más importantes en la historia de la humanidad. El Amazonas, con sus selvas exuberantes y sus ríos caudalosos, se había transformado en un hábitat poco amigable. Una fuerte sequía, habría impactado sobre la densidad de la selva amazónica, lo que generó diversas tensiones demográficas. Las culturas que habitaban la región debieron adoptar una decisión trascendente: quedarse y luchar por un espacio para la subsistencia; o migrar en busca de un lugar propio.
Los tupí-guaraniés, optaron por este último camino, y comenzaron a migrar. Los tupíes se dirigieron hacia la costa de Brasil, mientras que los guaraníes descendieron por los ríos que conforman el acuífero guaraní.
Al igual que muchos pueblos del mundo, los guaraníes creían que existía un lugar que estaba predestinado a ellos y que ese lugar se encontraba en la tierra, que era real. Ese lugar se denominó Yvy mará he’y, que quiere decir: La tierra sin mal. Hacia ella, hacia la tierra sin mal, migraron los guaraníes hace casi 2.000 años. La historia de Misiones, estaba comenzando.
En torno al año 1.000, comenzaron a llegar los primeros grupos de guaraníes a la región de la selva paranaense y, más precisamente, al actual territorio de Misiones. Esta zona estaba poblada por dispersos grupos de cazadores-recolectores, cuyo desarrollo cultural era más reducido que el de los guaraníes. En un principio, ambas culturas habrían convivido, pero el crecimiento demográfico de los guaraníes y su ventajoso sistema productivo, ocasionó el desplazamiento de los cazadores hacia el sur y el suroeste. Lentamente, los guaraníes fueron ocupando toda la región. Así, tras más de un milenio de peregrinación, habían llegado a la tierra sin mal, habían llegado a Misiones.
La migración de la familia lingüística tupí-guaraní fue un fenómeno transformador en la historia de los pueblos americanos. No sólo porque alcanzaron una gran expansión territorial, sino porque hay una gran homogeneidad espacial y temporal en los patrones culturales de los guaraníes. El idioma, la organización social y material y la cosmovisión guaraní, se difundieron por toda la región. Muchos pueblos fueron asimilados en el ñande reko, el modo de ser de los guaraníes. Ese modo de ser, por cierto, contemplaba una particular relación con el medio ambiente, en donde los guaraníes alcanzaron una simbiosis con la naturaleza. La tierra sin mal implica no hacerle el mal a la tierra, y esto lo comprendieron los guaraníes.
Este modo de ser, se mantuvo en forma coherente durante unos 1.500 años. Los padres a sus hijos, los abuelos a sus nietos, los tuvichá (que eran los caciques) y los karaí (que eran los shamanes), todos se encargaban de replicar la cultura guaraní. Para ello, no tenían escritura, lo hacían con la palabra, con los mitos, con las leyendas, con el conocimiento… En fin, replicaban su cultura recordando su pasado, manteniendo viva su memoria y reescribiendo imaginariamente, su propia historia.