El 23 de diciembre de 1816, el brigadier luso-brasileño Francisco das Chagas Santos recibió la perentoria orden de “atacar a viva fuerza a los pueblos de los insurgentes, destruirlos y quemarlos”. Los pueblos de los insurgentes no eran otros que las poblaciones que respondían al comandante general de Misiones, Andrés Guacurarí. En pocos días más, das Chagas Santos lanzaría una de las peores campañas de exterminio realizadas contra los guaraníes de nuestra provincia. Aquel de 1817, sería un verano genocida.
Por las instrucciones recibidas, estaba claro que el objetivo de la campaña sería de exterminio, en donde se procedería a saquear, destruir e incendiar todos los pueblos misioneros de la costa del Uruguay y los de la zona del sur de nuestro actual territorio. Así, Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé, Concepción, Mártires, San Carlos, Apóstoles, Santa María, San Javier y San José, serían reducidas a cenizas y escombros por los invasores portugueses. Diez pueblos enteros destruidos por el ejército imperial en menos de 2 meses.
Ahora bien ¿porqué tanto odio y destrucción contra el pueblo misionero por parte de los luso-brasileños? Por la férrea postura a favor del federalismo artiguista que tenían los guaraníes. Los hombres liderados por Andresito tenían una lealtad absoluta hacia Artigas, quien los había designado para actuar sobre el estratégico flanco enemigo. Este apoyo incondicional de los guaraníes hacia Artigas, llevó a los portugueses a planificar el exterminio definitivo del pueblo guaraní en Misiones.
Ante el avance enemigo, Andresito debió replegarse hacia el sur, mientras que Ignacio Mbaibé intentó una resistencia en el combate de Ibiritingay, en donde esperaba contar con los auxilios de las tropas correntinos, algo que nunca se produjo. Los portugueses completaron su obra destructiva, al permitir la invasión paraguaya sobre los pueblos de la costa del Paraná (Candelaria, San Ignacio, Santa Ana, Loreto y Corpus).
15 pueblos misioneros fueron destruidos, 200 soldados guaraníes habrían muerto y miles fueron trasladados hacia Paraguay y Brasil a trabajar como mano de obra semi-esclava.
El genocidio del verano de 1817 fue reconocido por el propio comandante brasileño en un informe elevado a sus superiores: “destruidos y saqueados los siete pueblos de la margen occidental del Uruguay, y saqueados los pueblos de Apóstoles, San José y San Carlos, quedando hostilizada y talada toda la campaña adyacente a los mismos pueblos por espacio de cincuenta leguas que recorrió nuestra partida de Carvalho para perseguir y derrotar a los insurgentes como queda dicho, no pudiendo yo continuar para perseguir y atacar a Andrés Artigas en su propio campamento (…). De este territorio se saquearon y fueron traídas a esta banda, más de cincuenta arrobas de plata, muchos y ricos ornamentos, muchas y buenas campanas, 3000 caballos, poco más o menos, igual número de yeguas”.
El pueblo guaraní parecía destruido definitivamente, pero pese al ensañamiento en su contra, no lo estaba y pronto regresaría a la carga, conducido por su jefe, Andrés Guacurarí.