La figura que mejor serviría para ilustrar el último informe emitido por
el FMI en su capítulo dedicado a la Argentina sería la del abanderado
con orejas de burro, por ser un país que cosecha excelentes resultados
de su política económica, pero que desobedece todos los mandatos del
organismo internacional.
A
pesar de que las recomendaciones del FMI provocan la caída de las
economías de muchos países del “primer mundo”, cuyos pueblos
protagonizan masivas protestas que son sistemáticamente reprimidas con
una violencia propia de cualquier estado dictatorial, el organismo no
cesa en su pretendido papel de ser el faro de la economía mundial. En
realidad, y como bien lo sabemos los argentinos, el Fondo no es más que
el faro que ilumina los recursos financieros mundiales, sean o no
“buitres”, y pretende guiar a las naciones por el camino que más
rentabilidad garantice a los mismos.
Sin embargo, desde
que el ex presidente Néstor Kirchner decidió quitarse de encima su
nefasta ingerencia pagándoles la deuda creada por años de desgobiernos,
el Fondo insistió en su pretensión de meter las narices en la economía
nacional, ya no como un operador directo sobre funcionarios dictándoles
los pasos a seguir, sino opinando acerca del funcionamiento de la
economía, los resultados conseguidos y los tremendo riesgos hacia el
futuro de continuarse con los lineamientos de la política K, para lo
cual tuvo y tiene como voceros a desprestigiados economistas que
reiteran la cantilena en cuanto oligopolio de prensa se les ponga a
tiro.
Pero, ocurre que la realidad es tan contundente
que el Fondo no tuvo más remedio que aceptar en un extenso informe con
el nombre de “Perspectivas económicas: las Américas, vientos cambiantes,
nuevos desafíos”, que el más “burro” e indisciplinado de la clase, la Argentina, fue el país que más creció dentro de su égida en el último lustro y, como si esto fuera poco, tiene el ingreso per cápita más alto y el menor nivel de desigualdad de América latina.
Le reconocen a la Argentina un crecimiento del 7,2 % del PBI, sólo superado por la República Dominicana que registró 7,5 %. Además, tiene el menor nivel de desigualdad de la región,
44,3 puntos mientras que Brasil alcanza 53,7, según el coeficiente Gini
que evalúa con una escala de 0 a 100, cuanto más próximo al cero, menor
es la desigualdad.
En cuanto a la tasa de pobreza
que evalúan según la cantidad de población que gana menos de 2,50
dólares diarios, la Argentina tiene 6,6 %; Chile mide 4,3 % sólo
superado por Uruguay con 3,4%; en tanto que Brasil registra 15,1%;
Paraguay 20,6 % y Bolivia 33,1 %.
Sorprendentemente, los datos son prácticamente coincidentes con los que publica el INDEC,
aunque fueron elaborados por el propio FMI sobre la base de datos de
consultoras privadas, el Banco Mundial y el Indicador del Desarrollo
Mundial. No obstante, el documento no elude críticas al organismo local y
menciona el compromiso de las autoridades argentinas para mejorar sus
informes. ¡Vaya uno a entender qué es lo pretenden!
Asimismo, el organismo insiste en reclamar que la Argentina debe hacer ajustes de su economía,
teniendo como base las opiniones de calificadoras de riesgo de dudosa
solvencia mundial, ya que, por ejemplo, no previeron los desastres
financieros que estallaron en los Estados Unidos cuando explotó el
negocio de las hipotecas, que son las mismas que califican a
la Argentina con la nota más baja (una “B”), debido a su pecado aún no
perdonado: el default del 2001.
Tampoco están ausentes las opiniones de la más rancia ortodoxia del equipo de investigaciones del Fondo,
dirigido por el chileno Nicolás Eyzaguirre, que reitera sus
consideraciones en torno de la inflación y la necesidad de “enfriar el
mercado”. Esto es, hacer el ajuste, o el control del gasto público, o
achicar el mercado interno, o contener el crecimiento o cualquiera de
los conceptos que se oyen con frecuencia en boca de los lacayos locales.
Es decir, exactamente lo contrario de lo que está haciendo el gobierno nacional
que invierte en consolidar y extender el crecimiento, diversificar la
base productiva, agregar valor a la producción básica, asegurar un
sólido mercado interno, buscar relaciones comerciales bilaterales con
los países no tradicionales, férrea regulación de la divisa para
favorecer las exportaciones, etc. etc.
En
definitiva, es preciso entender que tener las “orejas de burro” con las
que evalúa el FMI y las calificadoras de riesgo puede ser una gran
ventaja para las naciones del mundo que pretenden crear bienestar para
sus pueblos. Por eso y aunque parezca un contrasentido, debemos
estar orgullosos de que, en realidad, nuestro país está, por fin y tal
como es la aspiración de sus mayorías, en la fila de los abanderados del
mundo.
Silvia Torres
fuente Medios del Mercosur