Abanderado con orejas de burro, por Silvia Torres.

La figura que mejor serviría para ilustrar el último informe emitido por el FMI en su capítulo dedicado a la Argentina sería la del abanderado con orejas de burro, por ser un país que cosecha excelentes resultados de su política económica, pero que desobedece todos los mandatos del organismo internacional.

A pesar de que las recomendaciones del FMI provocan la caída de las economías de muchos países del “primer mundo”, cuyos pueblos protagonizan masivas protestas que son sistemáticamente reprimidas con una violencia propia de cualquier estado dictatorial, el organismo no cesa en su pretendido papel de ser el faro de la economía mundial. En realidad, y como bien lo sabemos los argentinos, el Fondo no es más que el faro que ilumina los recursos financieros mundiales, sean o no “buitres”, y pretende guiar a las naciones por el camino que más rentabilidad garantice a los mismos.



Sin embargo, desde que el ex presidente Néstor Kirchner decidió quitarse de encima su nefasta ingerencia pagándoles la deuda creada por años de desgobiernos, el Fondo insistió en su pretensión de meter las narices en la economía nacional, ya no como un operador directo sobre funcionarios dictándoles los pasos a seguir, sino opinando acerca del funcionamiento de la economía, los resultados conseguidos y los tremendo riesgos hacia el futuro de continuarse con los lineamientos de la política K, para lo cual tuvo y tiene como voceros a desprestigiados economistas que reiteran la cantilena en cuanto oligopolio de prensa se les ponga a tiro.



Pero, ocurre que la realidad es tan contundente que el Fondo no tuvo más remedio que aceptar en un extenso informe con el nombre de “Perspectivas económicas: las Américas, vientos cambiantes, nuevos desafíos”, que el más “burro” e indisciplinado de la clase, la Argentina, fue el país que más creció dentro de su égida en el último lustro y, como si esto fuera poco, tiene el ingreso per cápita más alto y el menor nivel de desigualdad de América latina.



Le reconocen a la Argentina un crecimiento del 7,2 % del PBI, sólo superado por la República Dominicana que registró 7,5 %. Además, tiene el menor nivel de desigualdad de la región, 44,3 puntos mientras que Brasil alcanza 53,7, según el coeficiente Gini que evalúa con una escala de 0 a 100, cuanto más próximo al cero, menor es la desigualdad.



En cuanto a la tasa de pobreza que evalúan según la cantidad de población que gana menos de 2,50 dólares diarios, la Argentina tiene 6,6 %; Chile mide 4,3 % sólo superado por Uruguay con 3,4%; en tanto que Brasil registra 15,1%; Paraguay 20,6 % y Bolivia 33,1 %.



Sorprendentemente, los datos son prácticamente coincidentes con los que publica el INDEC, aunque fueron elaborados por el propio FMI sobre la base de datos de consultoras privadas, el Banco Mundial y el Indicador del Desarrollo Mundial. No obstante, el documento no elude críticas al organismo local y menciona el compromiso de las autoridades argentinas para mejorar sus informes. ¡Vaya uno a entender qué es lo pretenden!



Asimismo, el organismo insiste en reclamar que la Argentina debe hacer ajustes de su economía, teniendo como base las opiniones de calificadoras de riesgo de dudosa solvencia mundial, ya que, por ejemplo, no previeron los desastres financieros que estallaron en los Estados Unidos cuando explotó el negocio de las hipotecas, que son las mismas que califican a la Argentina con la nota más baja (una “B”), debido a su pecado aún no perdonado: el default del 2001.



Tampoco están ausentes las opiniones de la más rancia ortodoxia del equipo de investigaciones del Fondo, dirigido por el chileno Nicolás Eyzaguirre, que reitera sus consideraciones en torno de la inflación y la necesidad de “enfriar el mercado”. Esto es, hacer el ajuste, o el control del gasto público, o achicar el mercado interno, o contener el crecimiento o cualquiera de los conceptos que se oyen con frecuencia en boca de los lacayos locales.



Es decir, exactamente lo contrario de lo que está haciendo el gobierno nacional que invierte en consolidar y extender el crecimiento, diversificar la base productiva, agregar valor a la producción básica, asegurar un sólido mercado interno, buscar relaciones comerciales bilaterales con los países no tradicionales, férrea regulación de la divisa para favorecer las exportaciones, etc. etc.



En definitiva, es preciso entender que tener las “orejas de burro” con las que evalúa el FMI y las calificadoras de riesgo puede ser una gran ventaja para las naciones del mundo que pretenden crear bienestar para sus pueblos. Por eso y aunque parezca un contrasentido, debemos estar orgullosos de que, en realidad, nuestro país está, por fin y tal como es la aspiración de sus mayorías, en la fila de los abanderados del mundo.
 Silvia Torres