Nada más fértil para la democracia y para
darle mayor consistencia y hondura a un proceso de transformaciones como
el que viene dándose en Argentina desde mayo de 2003 (algunos prefieren
hacer retroceder esa fecha a diciembre de 2001 y al alcance exponencial
del estallido que condujo a la crisis decisiva del modelo neoliberal;
yo me inclino por destacar lo azaroso y rupturista de lo abierto cuando
ese casi desconocido político patagónico se metió por una mínima fisura
dejada en el muro del sistema por la caída en abismo del país en ese
verano del 2001-2002) que la emergencia de diversas opiniones y
concepciones que sean capaces de dirimir públicamente el sentido de los
acontecimientos.
Tal vez acá podríamos colocar una primera pregunta: ¿no
tendrá algún mérito en este renacimiento de la cosa política y de las
controversias que se vuelven apasionadas un gobierno que ha insistido,
entre otras muchas cosas, con priorizar lo político por sobre lo
económico?
¿No habrá sucedido algo significativo en el país para haber
salido del marasmo despolitizador de los años ’90 en los que las
polémicas, si es que las había, entre distintos grupos intelectuales no
iban mucho más allá de alguna que otra mesa redonda en la mítica
librería “Gandhi” o, en el mejor de los casos, acababan
circunscribiéndose a las pocas revistas culturales que insistían con
discutir en una época que se hamacaba entre el cinismo posmoderno, el
escepticismo desesperanzado de viejas militancias herrumbradas, el
oportunismo acomodaticio de quienes veían la política sólo como un
negocio personal y el esteticismo fugado de una realidad en estado de
intemperie?
Claro que, más allá del vaciamiento ideológico y de la
abrumadora presencia de un capital-liberalismo triunfante y hegemónico,
se desarrollaban, con intermitencias y con esfuerzos denodados,
distintas y multifacéticas experiencias, que aunque minoritarias y
testimoniales daban cuenta de una persistencia que se reencontraría con
la luz de la historia en las jornadas del 2001 y que, luego de la
llegada de Kirchner al gobierno (llegada, hay que volver a repetirlo,
inesperada y fortuita), multiplicarían su presencia en las calles de un
país que giraba hacia otra estación de su compleja, contradictoria,
trágica y conmovedora historia.
Años, los abiertos en mayo de 2003, cargados de novedades, de
tensiones, de reconstrucciones y contradicciones en los que la vida
democrática, entendida como experiencia de invención y renovación de
instituciones, prácticas y políticas, volvió a encontrarse con algunas
de sus mejores tradiciones populares (que incluyen, esto no hay que
dejar de destacarlo, sus mundos intelectual teóricos que siempre han
acompañado y enriquecido los procesos de cambio histórico).
Para muchos,
lo acontecido en el país a lo largo de este tiempo tumultuoso ha
significado tener que hacer el esfuerzo de revisar y repensar historias y
concepciones para tratar de entender, y por supuesto intervenir, en la
nueva escena argentina que lleva el nombre de, difícil de conceptualizar
de manera acabada, kirchnerismo.
Carta Abierta ha sido exponente de un
nuevo y renovado compromiso de un amplio espectro de hombres y mujeres
de la cultura con un proyecto político llamado a transformar un país que
venía cayendo en abismo. Y desde su formación, en los días de la 125 y
del conflicto con las patronales agro-mediáticas, nunca ha dejado de
intentar interpelar sin dogmatismos ni sectarismos la complejidad del
presente argentino. Cada una de sus cartas contiene una parte de ese
esfuerzo y una permanente invitación al debate público de ideas. Por eso
no deja de sorprender que lo primero que hace un grupo de intelectuales
que se han dado el nombre de “Plataforma 2012” sea descalificar a Carta
Abierta. ¿Percibirán, acaso, que ese gesto intemperante no hace otra
cosa que confirmar la significación que ha tenido y sigue teniendo Carta
Abierta en la escena nacional hasta tal punto que para salir a decir
algo que sea escuchado tienen que dirigir sus dardos contra ella?
Quizás resulte algo extraño, atendiendo a lo más arriba señalado, que
un grupo de intelectuales, que se autodefine como de izquierda y
progresista, salga al ruedo del debate político movilizando una serie de
argumentos hípercríticos y, como dice Horacio González,
“denuncialistas” respecto del Gobierno en el que, sin rubor y de modo
sistemático, invisibilizan lo que se ha venido transformando en nuestro
país en los últimos 8 años, y lo hacen empezando por guardar completo
silencio sobre aquellas acciones y decisiones que han invertido
dramáticamente la agenda de los derechos humanos, de la Justicia, de la
recuperación salarial y del empleo, de la construcción indisimulable de
una política latinoamericanista, del desendeudamiento y de la salida del
tutelaje del FMI, de la recuperación del sistema jubilatorio ampliando
la cobertura a millones de argentinos y argentinas que carecían de todo
resguardo previsional, de la reconstrucción del sistema educativo y
científico sacándolos de la decadencia de décadas, de la decisión
política de derogar una ley de radiodifusión proveniente de los años de
la dictadura para reemplazarla por una nueva y democrática ley de
servicios audiovisuales que abre una era de igualdad en la distribución
de la palabra y la imagen, de la implementación de la asignación
universal por hijo que ha modificado de cuajo el mapa de la pobreza y de
la indigencia, avanzando sobre una imprescindible disminución de la
desigualdad, sin siquiera mencionar, este grupo de intelectuales que se
han puesto el nombre, algo rimbombante, de “Plataforma para la
recuperación del pensamiento crítico” (al que consideran extraviado en
medio de un país dominado por la hegemonía kirchnerista, siendo ellos
los encargados de “recuperarlo”), las leyes que desde la movilidad
jubilatoria, pasando por la del matrimonio civil igualitario hasta las
últimas votadas como la del peón rural, la de tierras y la de papel
prensa, destacan una clara voluntad del Gobierno por profundizar una
política destinada a producir una decisiva metamorfosis en la vida
social, económica, política y cultural argentina como no se había visto,
al menos, desde el primer peronismo. Y como quizá no imaginábamos que
volveríamos a ver por mucho tiempo en un país profundamente envilecido
su aparato productivo industrial prácticamente destruido junto con el
desguace del Estado y de las propias instituciones de la República, por
un modelo económico sustentado por la despolitización neoliberal de la
que nada dicen los firmantes de la “Plataforma”.
Estos “críticos” han decidido detenerse, con una retórica que se
viene repitiendo desde los tiempos del conflicto con las patronales
agromediáticas –conflicto, esto hay que recordarlo, que encontró a
algunos de los firmantes de la “Plataforma” del lado de los dueños de la
renta agraria–, en una lista de acciones u omisiones que pondrían al
Gobierno del lado de la derecha (¿cuál? ¿la del neoliberalismo?, ¿la de
los grandes medios de comunicación en donde suelen publicar sus columnas
algunos de los adherentes más conocidos de la “Plataforma”?; ¿la del
desarrollismo de derecha de los Duhalde o los Macri?; ¿la de la política
exterior estadounidense que considera a Chávez una suerte de
terrorista, a Evo un cómplice del narcotráfico y a Correa un censor de
la prensa libre?; ¿la del sentido común de ciertos sectores de la clase
media que sienten un odio visceral ante un gobierno de “corruptos y
demagogos” que les recuerdan al populismo tan odiado?; ¿la del mundo
financiero que nunca terminó de digerir la recuperación de la jubilación
estatal y la disolución de la estafa de las AFJP?; ¿la de los patrones
agrarios y sus aliados sindicales que se indignaron ante la aprobación
de la ley del peón rural?; ¿la de los banqueros europeos que han logrado
destituir la política democrática en Grecia e Italia para reemplazarla
por la acción de los tecnócratas?) Sería muy interesante que, además de
despotricar contra el kirchnerismo, pudiesen aclarar dónde se colocan y
qué proyecto político defienden y, claro, con quién esperan llevarlo a
cabo a la hora de combatir contra los poderes reales, esos que en
general han saludado alborozados la aparición de este grupo de
intelectuales “críticos” capaces, así lo esperan, de disputarle a Carta
Abierta su lugar de preeminencia.
¿De qué hablan estos “críticos” cuando se dedican con especial
fruición a intentar desenmascarar, así lo creen, a un gobierno
“reaccionario” que ha logrado el apoyo del 54% del pueblo impulsando
políticas de reparación social como no se veían en el país desde, al
menos, medio siglo? ¿Para su peculiar interpretación de los
acontecimientos populares, el festejo multitudinario del Bicentenario y
la emotiva despedida masiva a Néstor Kirchner fueron apenas dos geniales
puestas en escena (cargadas de hipocresía y cinismo de parte de un
poder convertido en represor y, a estas alturas, en asesino serial de
luchadores populares) por parte de la máquina propagandística
“hegemónica” del Gobierno? ¿Están acaso todos los firmantes de acuerdo
con Beatriz Sarlo, que ha desplegado una “ingeniosa interpretación” de
la viudez de Cristina y de sus “dotes dramatúrgicas” reduciendo la
política a mera escenificación estética? ¿Están sinceramente convencidos
de que el Gobierno se ha convertido en un represor a tiempo completo
haciendo del asesinato de militantes populares su pasatiempo favorito?
Lo inverosímil es proporcional a la ceguera histórica. Sus argumentos
son una mezcla de retórica liberal-republicana con izquierdismo de
manual al que le agregan una extraña tendencia a dejar sin siquiera
analizarlo el giro histórico que se ha producido en la Argentina desde
mayo de 2003 o, más bien, acelerando una argumentación acérrimamente
negadora, prefieren hacer de cuenta que el kirchnerismo no ha sido otra
cosa que una extraordinaria pantomima simuladora, una suerte de ficción
espléndidamente narrada por dos magos del arte de la prestidigitación.
Sencilla y terminantemente en nuestro país todo sigue tal cual o peor
que en los ’90. Les falta la retórica que hizo del primer peronismo
nuestro “nazi-fascismo” autóctono y nos hallaríamos ante un sorprendente
caso de repetición malsana de la historia.
Y esta rápida enumeración –que hice al comienzo de este artículo– de
políticas de gobierno de una trascendencia indisimulable no supone
cerrar los ojos ante lo que todavía no se hizo o ante decisiones
equivocadas de parte de un proyecto político que tuvo que hacerse cargo
del país en su momento más crítico y desmembrado, cuando el horizonte
estaba completamente cerrado y la reparación del pasado, en términos de
justicia y verdad, parecía una quimera o era la evidencia de un
expediente cerrado que a pocos importaba reabrir. Señalar lo que falta,
destacar los errores cometidos y criticar leyes que no expresan el
espíritu democrático (como la recientemente aprobada ley antiterrorista o
la necesidad de dar una discusión más amplia y a fondo sobre la
megaminería pero eludiendo, eso sí, las pastorales ecologistas que
suelen desentenderse de la problemática de aquellas sociedades a las que
se le niega la minería pero sin ofrecer nada a cambio, así como también
avanzar sobre una ley de tierras rural y urbana que garantice el acceso
a quienes lo tienen vedado) supone un rasgo fundamental que no ha sido
desconocido durante estos años y en espacios próximos al propio
kirchnerismo e, incluso, a quienes son parte de él (allí está la última
producción escrita de Carta Abierta para dar cuenta de lo que significa
adherir sin dejar de señalar los problemas, las carencias y lo que
falta). Pero una cosa es ejercer la perspectiva crítica y otra muy
distinta es acoplarse, bajo una retórica que se quiere progresista, a la
andanada de voces provenientes del espíritu restauracionista que no
busca otra cosa que destituir una experiencia, la kirchnerista, que ha
reabierto las posibilidades de un proyecto de matriz nacional, popular y
democrático en un país que había perdido todas las esperanzas.
Enfatizar la lógica denuncialista es persistir en un ya gastado recurso
despolitizador, ese mismo que les permitió a muchos “progresistas” de
los ’90 asumirse como los grandes críticos de un sistema corrupto para,
una vez girado el tiempo de la historia, terminar escribiendo sus
diatribas antigubernamentales desde las usinas mediáticas del liberal
conservadurismo. Otra cosa sería ir al debate sin ese prejuicio que les
impide, en el fondo, sustraerse a una repetición malsana.
La mirada en espejo nos ofrece, si sabemos ser observadores
desprejuiciados, interesantes paralelismos allí donde es posible y
necesario comparar distintas épocas. ¿Resulta acaso exagerado señalar
que el grupo “Plataforma 2012”, autoerigido en defensor del pensamiento
crítico y autónomo mientras lo que prevalece en el país, eso dicen sin
ruborizarse, es una suerte de cóctel de “discurso hegemónico” y de
“construcción de un relato oficial” monocorde, se dedica a denostar,
utilizando todos los recursos de la tachadura de larga tradición en
ciertas izquierdas, a un gobierno que, al menos, le cambió el rostro a
una sociedad en estado de indigencia política, moral, económica y
social, y que esa radical negación se asemeja a lo que, en otro contexto
de nuestra historia, se hizo con el primer peronismo y también en
nombre de una izquierda, a la que ese nombre le queda demasiado holgado,
siempre lista para afirmar que lo único valioso es lo que no se hizo
mientras se vuelve ciega para lo evidente? Tal vez, y ése sea nuestro
error, no sabíamos de la existencia de quienes son los custodios
intachables del pensamiento crítico.
Ricardo Forster