Filósofo,
historiador, lingüista, analista político, antropólogo.
A todo esto y en
simultáneo remite el nombre de Timoteo Francia, quien dedicó más de
tres décadas a reflexionar sobre cuestiones centrales que hacen a la
raíz de su pueblo qom: el territorio, la lengua, la identidad, la
interculturalidad, las leyes consuetudinarias, la memoria colectiva,
entre otros temas.
“Nunca más sin los pueblos indígenas”, exclama la voz
del filósofo qom a una sociedad que aún mira a las comunidades
originarias como exponentes de realidades ajenas. A través del recién
editado libro Reflexiones Dislocadas, la antropóloga Florencia Tola
(UBA-Conicet) rescata los escritos de Timoteo que contienen sus relatos y
análisis, y los hace dialogar con un grupo de científicos sociales
occidentales. “El no concibe el saber compartimentado como nosotros, en
su manera de ver el mundo todo se integra”, expresa la antropóloga para
explicar la amplitud y profundidad del pensamiento de Timoteo.
El libro
fue presentado en diciembre en la Facultad de Filosofía y Letras de la
UBA, en el marco del Congreso Argentino de Antropología Social.
No vivió en la polis griega ni en París de los años ’60. Este
intelectual residía en las afueras de la capital formoseña, en el barrio
toba Namqom. Timoteo nació en 1965, fue cosechero de algodón cuando
niño, cazador de ñandúes de adulto y murió en 2008 de tuberculosis,
enfermedad de la pobreza que todavía cobra vidas en la Argentina.
Se animó a escribir numerosos apuntes donde recopila elementos de la
cultura oral y, quince días antes de morir, el pensador qom le propuso a
Florencia Tola realizar un libro que reuniera y sistematizara sus años
de reflexiones. Esta tarea, que no pudo ser realizada en conjunto por
ambos, logró ser concluida de todas formas. La filosofía de Timoteo, y
de todo un pueblo, está hoy impresa, tal como él deseaba. A pesar de
que, como dice en las primeras páginas del libro, el mundo blanco les ha
creado “conciencia de ser menos”, Timoteo muestra que la voz toba-qom
tiene mucho que aportar a un proyecto de país multicultural.
“La visión del Estado es que somos atrasados, improductivos, que no
generamos rentabilidad”, expresa Timoteo en sus escritos. Tanto es así
que “procuran nuestro traslado forzoso”, señala en torno del modelo
extractivo –ganadería, agricultura a gran escala, minería–, que devora
tierras indígenas. Con sólo tres conceptos, esenciales para los pueblos
indígenas, Timoteo responde a los valores de la cultura hegemónica:
“territorio, vida común y espiritualidad”.
Para comprender qué dimensión tiene esta tríada en la vida qom hay
que oír y leer la voz de Timoteo. La comunidad –explica– “organizaba su
vida en base a las estaciones frutales y épocas de pesca y caza”, dentro
de las tierras arrebatadas a los qom. “Ya no desandamos el territorio”,
“somos extraños en nuestra propia tierra”, lamenta.
Para los qom, el ambiente natural tiene imperceptibles implicancias a
los ojos de Occidente. Cada resquicio del monte, visible y no visible,
está en vínculo directo con una “memoria colectiva”, “una historia que
es larga y milenaria”. Plantas, cursos de agua, sitios sagrados, todo
tiene su nombre y su significado, que excede largamente la definición
del diccionario. El pensador qom comparte: “El idioma es la sangre”.
Entonces, el exterminio de la naturaleza acaba también con la lengua y
socava lo más humano del ser: la identidad (en este caso, colectiva). La
lingüista Cristina Messineo completa: “La palabra qom tiene más sentido
que el comunicativo, tiene poder, voluntad, cuestiones no estudiadas
por la lingüística clásica”. Relatos, medicinas, alimentos y saberes
también desaparecen mientras las topadoras avanzan sobre el monte.
Buena parte del libro está dedicada a exponer las interpretaciones
de Timoteo sobre las políticas del Estado para con los pueblos
originarios. Un lugar significativo merece la reflexión sobre la
educación formal, a la que el escritor denuncia por atentar “contra los
símbolos, formas de organización temporal, sistema organizativo en
general” del pueblo qom. A pesar de que se desarrollan programas de
educación bilingüe, la simple traducción de palabras no garantiza
multiculturalidad, señala.
Refiere entonces a una “educación colonizadora”, en la que los
indígenas son “folclorizados”, mientras se los prepara para ser “obreros
mal pagos o desocupados”. Este modelo pedagógico es el que Timoteo
retruca: “No queremos pagar el precio de nuestra identidad por ganar
ciudadanía incompleta e inferior”. Y afirma que mantener su cultura
ancestral no implica negar los avances de la ciencia: “También tenemos
derecho a acceder a la tecnología, la informática y la comunicación”.
En ese sentido, el pensador no rechaza la interrelación con el mundo
blanco, más bien plantea otro tipo de vínculo: ya no violencia física,
ya no asimilación. “La identidad que se crea a lo largo de la historia
se resignifica y se renueva continuamente”, asume Timoteo.
Tola recuerda que su compañero de charlas bregaba por “la inserción
dentro de Estado, sin perder la especificidad indígena”. Por el
contrario, hoy “el Estado busca crear trabajo para enfrentar la pobreza
mediante la explotación del hombre por el hombre, que en paralelo atenta
contra la naturaleza, viola todos los derechos humanos y despoja a los
indígenas de sus tierras”, describe Timoteo.
Ese despojo lleva a las comunidades a confinarse en las urbes
dejando atrás, muchas veces, toda una cultura ancestral. “El moverse es
natural en nosotros, los tobas del Gran Chaco”, explica ante esta
realidad que se agudiza. Y comparte la advertencia de toda una
comunidad: “Los pueblos vivos tienen movimiento, si no se mueren”.
por Leonardo Rossi
fuente Página 12