La Feliz, de la oligarquía a playa popular


Lugar emblemático para el turismo veraniego en la Argentina, hoy la ciudad de Mar del Plata está cumpliendo 138 años de vida. Una vida signada por una profunda transformación, aquella que la llevó de ser la playa por excelencia de la oligarquía argentina, al lugar de veraneo de las masas populares, las que hicieron de Mar del Plata, la ciudad Feliz.

A mediados del siglo XIX y merced a la producción saladeril, se comenzó a gestar una pequeña población en el lugar que comenzó a llamarse Puerto de la Laguna de los Padres. En 1860, el ricachón Patricio Peralta Ramos, un terrateniente que había militado como mazorquero en la época de Rosas, compró las tierras y mantuvo la producción.

Merced al crecimiento del puerto, es que Peralta Ramos solicitó a la provincia el reconocimiento como pueblo, algo que realizó el gobernador Pedro Luro el 10 de febrero de 1874 mediante un decreto. En aquel decreto se le asignó el nombre de Mar del Plata a la nueva localidad.

Fue durante los primeros veranos del siglo XX cuando Mar del Plata se transformó en lugar de veraneo para la oligarquía terrateniente de la provincia de Buenos Aires. En 1904 se construyó el Torreón, tres años más tarde, Mar del Plata fue reconocida como ciudad. En 1909 se inauguró la explanada del Torreón y, al año siguiente, se inauguraron la estación del Ferrocarril y el edificio del exclusivo club Mar del Plata. Por aquella época, las mujeres debían usar trajes de baño que cubrieran la totalidad de sus cuerpos, práctica que recién en la década siguiente se comenzaría a modificar.

Hasta la década del 40, las hermosas playas de la Bristol o la Varese, eran patrimonio exclusivo de las familias pudientes argentinas, que disfrutaban a su antojo del turismo veraniego. Pero un día las cosas comenzaron a cambiar.

La llegada al gobierno del movimiento nacional y popular a partir de 1946, cambió la historia de la ciudad. Merced a los derechos laborales, en especial las vacaciones pagas y el aguinaldo, es que muchos trabajadores que antes estaban imposibilitados de viajar en verano, comenzaran a hacerlo. A ese fenómeno individual, se sumó el de la organización colectiva. Los sindicatos, que pasaron a tener miles de afiliados y a recibir recursos económicos por esta afiliación, se transformaron en propietarios de hoteles, residencias y demás comodidades turísticas en Mar del Plata.

De esta forma, en poco tiempo, las playas de la Feliz se llenaron de cabecitas negras. Para espanto de las Victoria Ocampo, ahora las mucamas y cocineras que las atendían durante todo el año en sus residencias de San Isidro, compartían alegres con ella la playa de Mar del Plata, la ciudad, que tuvo un origen aristocrático y que se transformó en la meca del turismo popular. 

Pablo Camogli