Hacía rato que un discurso al nivel de que se trata no
dejaba tanta tela para cortar. Debe celebrárselo, cualquiera fuese la opinión
que merece. ¿En qué escenario estaríamos si la palabra presidencial no le
hubiera movido un pelo a nadie? ¿Cuál sería el significado si tras la alocución
de Cristina fuera sencillo abrir juicio?
De todos los pelos sacudidos pueden extraerse, de piso,
cuatro observaciones. Una, la más controvertida, se refiere a lo que dijo, lo
que no dijo y lo que anunció. Hay otra: ciertos aspectos presentados como
formales, que quizás no lo sean tanto. La tercera convoca a mirar el panorama
político que podría haberse abierto o confirmado. Y la última insiste en si el
análisis sólo debe dedicarse a los dichos y acciones del oficialismo, como
volvió a ocurrir y ya por fuera del discurso propiamente dicho. El periodista
seguirá ese orden, al único efecto de que le parece el más recomendable para
encadenar sus apreciaciones. Vale la aclaración porque también le parecería
válido ir en sentido inverso, o quitar o agregar o centrarse en otros puntos,
mientras se lo haga con esfuerzo metódico y no como producto de los arrebatos
que la figura de Cristina despierta a favor y en contra.
El primer litigio puede pasar por ponerse de acuerdo en cuál
de todos los temas abordados es el más importante. Lo demuestran las
repercusiones periodísticas, sobre todo, porque ni siquiera congeniaron los
comandos mediáticos de la oposición. Clarín, a través del conjunto de sus
vocerías, pero sin resaltar que la decisión es temporaria, privilegió que la
Federal “vuelve al subte”. Propio de su trastorno obsesivo compulsivo, fue lo
que encontró más a mano para diseminar que la Presidenta arrugó frente a Macri.
La Nación, como corresponde a un estilo sin esa grasa, pero violentamente
implícito sobre lo que importa a la clase dominante, privilegió que el Banco
Central ya no será el mismo: podrá usar moneda sin respaldo equivalente de
dólares. Es decir, el fin institucional y definitivo de la convertibilidad. La
plata de las reservas la maneja el Gobierno, y no unos técnicos al servicio de
que gobiernen los que tienen la plata. Quién corta buena parte de la torta. Los
medios afines al kirchnerismo prefirieron destacar la integralidad del
discurso. Tal vez se sorprendieron por lo abarcativo de su vastedad. I
Integralidad, no puntualidad. Si es por lo primero, nada que
objetar porque la gestión tiene espaldas anchas para el cotejo entre dichos y
hechos. Si es por lo segundo, ¿cómo justificar que Cristina reproduzca el
facilismo tilingo, facho, falso, de que los docentes son una manga de vagos con
cuatro horas de laburo diarios y tres meses de vacaciones? Cristina hizo
fulbito con eso justo cuando empiezan las clases y relució lo que aumentó el
salario docente, o el del bolsillo de los jubilados, comparado con el menemato.
Vaya cuidado que debe tenerse con esa cuestión. El gremialismo y el trabajo del
sector podrán estar plagados de comodidades y deficiencias; maestros
patagónicos que andan en 4x4 no son lo mismo que vivir de la docencia en La
Rioja; hacerlo en Formosa no es igual que en el Chaco, y los de Corrientes no
tienen nada que ver con los de La Pampa. Es una de las peores herencias de la
rata. Dividió para reinar. Pero no hay que mezclar las cosas. No por nada, la
prensa del establishment casi ni se ocupó del tramo que Cristina dispensó a los
docentes. El “periodismo independiente” acuerda con la barrabasada que se
mandó. Por carril análogo, modificar la razón de ser del Banco Central altera
los nervios de la derecha, pero oculta su festejo por que la Presidenta acostó
al proyecto de nueva ley de entidades financieras. Concluye un reglamento
neoliberal y a la vez se mantiene una herramienta clave de la dictadura. ¿Vaso
medio lleno o medio vacío? Pinta que ambos, aunque no acerca de lo particular
de cada asunto. Es en general.
La sensación quirúrgica tras escuchar a Cristina, si se
apartan los rasgos presuntamente formales de su oratoria impresionante, es que
habló (mucho) más de la épica conquistada que de la por venir. Y no está mal,
viniéndose de donde se viene. Es que suena a incompleto. Cristina emocionó,
emociona, pero el deber de un analista –apenas eso– es conjugar ese mérito. Que
los docentes hayan sido más o menos reparados en sus ingresos mensuales no
quiere decir profundidad de objetivos respecto de para qué se educa. Que los
números de importaciones y exportaciones expliquen una intervención estatal y
eficaz no representa que haya desarrollismo capitalista. Que haya un golpe de
efecto sobre Malvinas, proponiendo vuelos frecuentes de Aerolíneas a las islas,
no implica política exterior coherente atento a ese tópico que –reconozcamos–
no interesa a las mayorías. Digámoslo de una vez: Malvinas es un sentimiento
declamado, no una urgencia popular que quita el sueño. De ser por eso, por
intereses y necesidades de minorías activas, son más subrayables las propuestas
K de contrato prenupcial sobre división de bienes, fertilización asistida,
regulación de alquiler de vientres, adopción, derechos indígenas sobre la
tierra. Cristina anunció todo eso y casi nadie le prestó atención. Tampoco se
atendió que legalizar el aborto es muchísimo más urgente que Malvinas. Son
testigos sufrientes miles y miles de mujeres sometidas por condición de clase,
antes o a la par que de género. Es por ahí, por ese sentido, que asoma lógico
criticar el discurso de Cristina. Fue más para atrás que para adelante. Refregó
de dónde se viene y la brillantez de haberlo superado, antes que a dónde se va.
Al cabo de esa crítica, resulta que la jefa de Estado habló
más de tres horas, de corrido, apenas relojeando apuntes numéricos. Una bestia,
en la mejor de las acepciones que tenga el término. Comparémosla con el Macri
que necesita papeles para leer de corrido siete carillas escritas por terceros,
en su apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura porteña. No se cuenta
la papa en la boca concheta, que su foniatra mediocre es incapaz de resolver.
Lo que cabe es el modo en que eso representa las convicciones. Rotular como
meramente decorativa la capacidad de oratoria es asaz cuestionable.
Tercero, cada quien largó una carta brava. Macri se lanzó a
victimizarse porque la señorita no le deja administrar el subte en condiciones
reglamentarias, y la señorita le estampó que es un aguachento de aquellos.
Objetivamente, sin perjuicio de leguleyerías, lo del hijo de Franco es un
desquicio. ¿Quiere presidir el país y le pide a la vecina que le devuelva la
pelota inflada? El kirchnerismo podrá no ser un cúmulo de virtudes, pero se
asemeja a eso al lado del mostrenco macrista. No es asunto de frases
ingeniosas, sino de lo que se presenta como el tablero político realmente
existente. A Cristina le conviene tener de contrincante a este conservador
inepto, que gracias si llega a ofrecer como máxima convocatoria a un cómico de
los Midachi. Y al hijo de Franco le conviene entronizarse como lo único capaz
de enfrentar a Cristina, que es de lo que viene trabajando –algo es algo–
aunque en los últimos tiempos esquivaba el choque directo. Lo demás, ya se
sabe, no existe como medida de alternativa real de poder o gobierno. En eso le
asiste la razón al hijo de Franco. Por afuera del peronismo, es él. A pesar de
sus imposibilidades narrativas, de estar procesado, de rechazar hacerse cargo
de lo que le corresponde. Y de que todavía le resta un largo camino para
demostrar capacidad de armado nacional. Por ahora, cuenta con dos elementos
nada menores. Pero sólo dos: la vidriera capitalina y la protección mediática.
Cuarto, aquello de que el análisis sólo debería centrarse en
los dichos y acciones del oficialismo. Al unísono periodístico y opositor, en
estas horas volvió a hablarse con fruición del relato oficial y único. ¿Y qué
del relato del caos permanente, del Gobierno como antro de corrupción y punto,
de que la realidad consista solamente en los números falsos del Indek? ¿No
cuenta la mediocridad de ese relato? ¿No cuenta que también sea único,
alrededor de sí mismo? El discurso de Cristina podrá ameritar todas las dudas y
cuestionamientos que se quieran. Pero los genera, nada más y nada menos.
Enfrente, ni siquiera eso.
Fuente: Página 12