Todavía está
fresca en la memoria la celebración del bicentenario de la Revolución de Mayo;
en esos 200 años (se sostiene) se encierra el “secreto” de la Argentina: todo está
contenido allí. 200 años. ¿Pero que son 200 años en la historia de un pueblo?
En la del pueblo guaraní, por ejemplo, representan los años en que estuvieron
en lucha contra los portugueses. Así es, entre 1620 y 1820 los guaraníes
combatieron incansable y casi permanentemente contra los lusitanos. Sólo la
traición, primero de los españoles y luego del Directorio de Buenos Aires,
podrá inclinar la balanza en favor del enemigo colonial.
De origen
agricultor, los guaraníes se transformaron, a lo largo del tiempo y de las
guerras, en un pueblo eminentemente guerrero. Entender esta impronta combativa
del pueblo misionero, es fundamental para comprender el comportamiento de
Misiones frente al estallido revolucionario de 1810.
Las etapas de la guerra
La primera
incursión de los cazadores de esclavos portugueses (denominados bandeirantes o mamelucos),
se produjo en 1628 y se dirigió hacia la región del Guayrá, causando la
destrucción de tres reducciones. Otras cuatro serían arrasadas en los próximos
años. La respuesta ante esta ofensiva, fue la del éxodo de entre 12.000 y
19.000 indios, una práctica social de carácter ancestral para los guaraníes.
Hasta un máximo (algo exagerado, posiblemente) de 100.000 pudieron haber sido
los indios capturados y esclavizados en aquella operación de pillaje.
A comienzos
de 1630 se iniciaron los ataques sobre las reducciones del Uruguay. Pero esta
vez los nativos se alistarían para la defensa de su suelo. Una posible
explicación para entender porqué fueron éstos los que resistieron a los
lusitanos, puede estar dada por la presencia de grupos más combativos en esta
región, los mismos, recordemos, que enfrentaron a los jesuitas.
A partir de
1635, y a un ritmo acelerado, las reducciones se militarizaron. Mientras Ruiz
de Montoya gestionaba en Europa la autorización para que los guaraníes pudieran
usar armas, éstos avanzaron en la organización de sus fuerzas. La provisión de
armamento se suplió con unos pocos arcabuces y mosquetes adquiridos por los
padres de contrabando, y la fabricación de cañones de tacuara, armas de puño y
la elaboración de una rudimentaria pólvora. Además, se fabricaron y acopiaron
centenares de canoas para actuar como avanzada anfibia, incluyendo algunas
embarcaciones artilladas.
El 17 de
enero de 1639 se produjo el primer triunfo guaraní, cuando unos 2000 soldados
en compañía de 60 arcabuceros españoles, derrotaron a los bandeirantes en
Caazapá-Guazú. En aquel combate moriría el padre Diego de Alfaro, uno de los
principales ideólogos de la militarización guaraní (Larguía, Alejandro, Misiones Orientales, la provincia perdida,
Buenos Aires, Corregidor, 2000).
Este triunfo,
más la autorización real de 1640 para utilizar armas, cohesionó la organización
militar. Al año siguiente, una nueva invasión lusitana, dirigida por Manoel
Peres e integrada por unos 400 portugueses y casi 2500 indios tupíes, fue
interceptada por el ejército guaraní en un meandro del río Uruguay. Aquel 11 de
marzo de 1641 quedará marcada en la historia como el de “La victoria de Mbororé”
(ver más abajo).
Si bien se
registraron nuevos ataques hasta 1670, Mbororé significó un freno para los
bandeirantes, que apuntaron su interés hacia otras regiones del Brasil, en
especial por la actividad minera, que era muy redituable y permitía importar
esclavos del África. La experiencia dejó una estructura bélica que contaba con
depósitos de armas en cada pueblo y una red de caciques interconectados capaces
de responder con velocidad ante cualquier amenaza.
A partir de
allí, se inicia la segunda etapa del conflicto, la que tendrá a los guaraníes
como milicia militar al servicio del rey de España en defensa de la frontera
contra los portugueses. De hecho, en 1649 las fuerzas guaraníes serán
oficializadas como milicias del rey. Según el relato de Rodolfo Juncos (Los jesuitas, primera frontera defensiva de
la nacionalidad, Revista de la Escuela
Superior de Guerra, Año LXVIII, Nº 497, abril-junio de 1990),
los guaraníes formaron parte de los tres ataques efectuados sobre Colonia del
Sacramento entre 1700 y 1735, con aportes promedio de 3500 hombres.
La guerra guaranítica
En enero de
1750 los reyes de España y Portugal firmaron el tratado de Permuta (o de
Madrid), por el cual la primera le cedía a los segundos los siete pueblos
guaraníes ubicados al oriente del río Uruguay, a cambio de la cesión de
Colonia. Allí comenzó la tercera etapa de la guerra bicentenaria, provocada por
la traición del rey Fernando VI, quien prefirió negociar con el secular enemigo
antes que defender las tierras de los guaraníes.
En un
principio los nativos aceptaron mudar sus pueblos, pero pronto cambiaron de
parecer y declararon el rechazo abierto del contenido del acuerdo. Ni siquiera
los padres jesuitas pudieron convencerlos de mudarse, algo que generó numerosos
conflictos con los religiosos y que, inclusive, dividió a los propios padres,
ya que muchos permanecieron junto a los indios. Los guaraníes, fieles a su
tradición guerrera, decidieron enfrentar con las armas la disposición de los
Estados coloniales. En una carta dirigida al gobernador de Buenos Aires, los
indios de San Miguel le dirán: “Señor tu mismo ven a convertirnos en ceniza,
para eso traed esos vuestros cañones y hágase la voluntad de Dios y la vuestra
no por eso nos huiremos de nuestros pueblos ni los dejaremos” (en Quarleri,
Lía, Rebelión y guerra en las fronteras
del Plata, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 223).
Frente a esta
postura, España y Portugal unificaron sus fuerzas para hacer efectivo el
tratado. En 1754 una fuerza combinada intentó ingresar al territorio guaraní,
pero la columna portuguesa debió replegarse ante las constantes lluvias y la
imposibilidad de avanzar sin exponerse a sufrir una dura derrota; mientras que
la española cayó derrotada por los indios de La Cruz y Yapeyú (Larguía, op. cit., p. 43).
Dos años
después, los ejércitos coloniales conformaron una sola columna de más de 2500
soldados experimentados, con los que lograrían derrotar a los guaraníes en los
combates de Caa Ivaté y en el arroyo Chuvireí. Luego de ello penetraron en los
pueblos y forzaron la mudanza de los nativos. La región quedó expuesta a los
cambios políticos acaecidos en las metrópolis, que hicieron del espacio guaraní
una moneda de cambio en el gran mapa del colonialismo. La expulsión de los
jesuitas en 1767, no hizo más que agravar esta situación. Los guaraníes
entrarían en una etapa de reflujo político y social; de ella sólo saldrían para
sumarse a la madre de todas las batallas: la revolución emancipadora.
La Batalla de Mboroé
La de Mbororé
es la muestra más cabal del valor del pueblo guaraní y refleja la convicción de
los nativos en defensa de sus tierras, sus vidas y sus tradiciones. Luego del
descalabro sufrido en Caazapá-Guazú, los lusitanos organizaron una poderosa
expedición para llegar hasta el corazón de las reducciones del río Uruguay.
Unos 400 portugueses armados con armas de fuego, más 2500 indios flecheros, se
lanzaron a bordo de 300 canos en procura de hombres para esclavizar.
La
organización militar guaraní se puso en marcha y rápidamente comenzó la reunión
de hombres y canoas en la desembocadura del arroyo Mbororé. Las tropas eran
conducidas por Ignacio Abiarú y Nicolás Ñeenguirú, mientras que por los
jesuitas, estaban Domingo Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Las fuerzas
se dividieron en remeros, flecheros y fusileros-artilleros (Larrea, Daniel, Nicolás Ñeenguirú, Posadas, E/A, 1988,
p. 114).
Abiarú, junto a una avanzada de canoeros, esperó a los lusitanos en la
desembocadura del Acaraguá, unos 30 kilómetros río arriba del destacamento
principal. Allí se produce un primer encuentro que sorprendió a los invasores.
Estos, confiados, se lanzaron río abajo. Al llegar al Mbororé se toparon con un
centenar de canos enemigas y más de 3000 indios apostados en las orillas. Bajo
una lluvia de flechas incendiarias y cercados por los cañoncitos de tacuara, los
portugueses caen en la trampa guaraní. Durante toda la jornada del 11 de marzo
se suceden los embates sobre la flota enemiga, que busca con desesperación el
reparo de la costa. Una vez en tierra, buscan refugio en los montes, en donde
serán perseguidos por los guaraníes durante días y sometidos a una lucha cuerpo
a cuerpo sin cuartel. El botín de guerra constó de 300 canoas y 400 arcabuces
(Martín, Marcelo, La batalla de Mbororé,
en Revista de la
Escuela Superior de Guerra, año IV, Nº 433,
noviembre-diciembre de 1977). Los escasos sobrevivientes (menos de un
centenar), sólo regresarían a Sao Paulo un año y medio después.
Pablo Camogli
*Publicado en Misiones On Line en el 2010