La percepción social sobre la
homosexualidad se ha modificado a lo largo de los siglos. Hasta la aparición de
la iglesia católica, la homosexualidad no era una práctica prohibida ni
pecaminosa, de hecho las culturas grecorromanas la tenían como una opción
común, por decirlo suavemente. Claro, luego llegó el catolicismo con su
moralina a cuestas y la homosexualidad se transformó en un pecado y los putos,
en enfermos e inmorales. Debieron mediar casi dos milenios de evolución humana
para cambiar esta percepción, pero un día se logró, ese fue el día en que los
putos dejaron de ser enfermos.
Hasta mediados de la década de 1970 la
humanidad había logrado importantes avances en la obtención de derechos, en
especial en los que hacen referencia a los derechos políticos y laborales, pero
lejos se estaba, aún, de una masificación de los derechos civiles y de su
aplicación práctica. Entre los grupos segregados, se encontraba el de los
homosexuales, que eran vistos desde el siglo XVIII como monstruos y enfermos
mentales.
Fue justamente en esa década de 1970,
década de revoluciones, de luchas sociales y populares, cuando se empezaron a
lograr cambios en la mentalidad conservadora y retrógrada que había segregado a
millones de personas en todo el mundo. En 1973, la Asociación Norteamericana de
Psiquiatría retiró a la homosexualidad como trastorno de la sección
desviaciones sexuales en la segunda edición del manual de diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales.
Al año siguiente, y con el apoyo de apenas
un 58 por ciento de los miembros de la Asociación, se definió a la
homosexualidad con el término más suave de “perturbaciones de orientación
sexual”, la que luego sería modificada por la definición “homosexualidad
egodistónica”, que era lo suficientemente confusa como para evitar el trato
discriminatorio.
Recién en 1986 se dejó atrás esta
definición y se la clasificó como un “trastorno sexual no especificado”. Este
nuevo término ponía en evidencia la inconsistencia del tratamiento de la
homosexualidad como si fuera una enfermedad. Claro que debieron mediar otros
cuatro años hasta que los organismos competentes tomaran cartas en el asunto.
Pablo Camogli