Farabundo Martí: un imprescindible de la Patria Grande


Una bala artera, asesina, acabó con su vida un 1 de febrero de 1932. A él, justamente a él, que en medio de un bombardeo de la aviación de los Estados Unidos, había tomado su fusil para disparar, parapetado detrás de un árbol, y con la convicción de que “cuando la historia no se puede escribir con la pluma, se escribe con el rifle”.

Agustín Farabundo Martí lo nombraron sus padres aquel 5 de mayo de 1893, cuando naciera el sexto de los 14 hijos que tendrían. Farabundo Martí nació en Teotepeque, un pequeño poblado ubicado en el departamento salvadoreño de nombre premonitorio: La Libertad. Su vida, la vida de Farabundo Martí, fue la vida de un hombre imprescindible en la historia de la Patria Grande; protagonista, como pocos, de la utopía constante de la unidad Centroamericana y de la libertad del continente.

El Salvador parece la diminuta pieza de un rompecabezas que nunca se termina de armar. Ese rompecabezas es Centroamérica. A comienzos del siglo XX, el capital imperialista yanqui directamente asaltó sobre los países centroamericanos: se apropiaron de todo; de las tierras, de las riquezas, de los hombres, de las culturas milenarias… de todo. El Salvador se especializó en el monocultivo de Café, y de eso vivió la pequeña oligarquía terrateniente salvadoreña, que no hacía otra cosa que servir a los intereses extranjeros.

Frente a este poder y estas injusticias, comenzó a gestarse en toda la región un masivo sentimiento de resistencia y un fervoroso afán de unidad. La propia carrera política de Farabundo Martí remarca esta idea. Se inició en la lucha política en El Salvador en la década de 1910. En 1920 lo deportaron a Guatemala, de allí, viajó a México, para empaparse de esa revolución zapatista que había impuesto la reforma agraria y nacionalizado el petróleo.

En 1928, la Dirección Central de la Liga Antiimperialista de las Américas, lo envió a Nicaragua para combatir junto a Augusto César Sandino, que por entonces luchaba para expulsar a los invasores estadounidenses, que habían ocupado Nicaragua con 6.000 marines. En Nicaragua, Farabundo Martí fue designado coronel del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Además, integró el Estado Mayor Internacional y fue secretario privado de Sandino. Fue allí, en la Nicaragua sandinista, que dijo aquello de que “cuando la historia no se puede escribir con la pluma, se escribe con el rifle”. Es que desde un año antes, los aviones de guerra yanquis no dejaban de bombardear las poblaciones rebeldes en el corazón de Nicaragua, y la única defensa que tenían aquellos patriotas de la libertad, eran esos rifles desvencijados.

Al igual que los hacedores de la Patria Grande del siglo XIX, como San Martín y Bolívar, Farabundo Martí decidió regresar a El Salvador, para construir, desde la liberación de su patria chica, el objetivo máximo de la Patria Grande. En 1930, luego de la inmensa crisis económica, Martí volvió a El Salvador.

En su país se estaban gestando dos grandes movimientos de liberación. Por un lado, los pueblos originarios, cuyo líder será el cacique de Izalco, José Feliciano Ama. Por otro lado, los obreros e intelectuales, muchos de los cuales se habían organizado en el Partido Comunista salvadoreño, de cuya creación participó Farabundo Martí. Así, por causa de esos destinos mágicos de las palabras, confluyeron el hombre apellidado AMA con el hombre nacido en La Libertad.

Crisis mundial de 1930. A fines de 1931 la crisis en El Salvador era total. Los precios del café se habían deprimido y los márgenes de ganancia para la oligarquía local se habían reducido. Frente a la crisis, los monopolistas procuraron hacerle pagar las pérdidas al pueblo salvadoreño. De esta forma, se sucedieron los despidos, las suspensiones, las reducciones y, casi inmediatamente, la represión.

El 18 y 19 de enero de 1932 estalló la revuelta indígena liderada por José Feliciano Ama, a la que rápidamente se plegaron los obreros y los estudiantes. Farabundo Martí, entre ellos, combatiendo una vez más contra el gobierno despótico de su patria.

El 28 de enero, los sicarios del gobierno asesinaron a Ama y comenzaron una matanza de indígenas que, se cree, podría haber alcanzado las 30.000 personas asesinadas. El cerco sobre Farabundo Martí se fue cerrando, hasta que cayó prisionero el último día de enero. Al día siguiente, primero de febrero, lo trasladaron junto a los líderes estudiantiles Alonso Luna Calderón y Mario Zapata hacia el Cementerio General de San Salvador. Allí, un pelotón de fusilamiento le lanzó la bala artera, la bala asesina que acabaría con la vida de un imprescindible, de un mito, de un héroe de la Patria Grande: Agustín Farabundo Martí.