Iemanyá, la diosa del mar


Todos los 2 de febrero, miles de fieles se acercan a las costas del mar para ofrecer sus ofrendas, para recordarla, para pedirle, para agradecerle. Y ella, siempre responde, para bien o para mal. Lo hace con sus olas, que llevan y traen los milagros que todos le han pedido este, y todos los días 2 de febrero. La diosa del mar, Iemanyá, es venerada en buena parte de la costa atlántica americana y es, además, reconocida como madre de divinidades afroamericanas, a las que se denominan Orishas.

Su culto y su ritual, fueron introducidos en América por los esclavos africanos, a quiénes la voracidad conquistadora, había traído para reemplazar a los pueblos originarios como mano de obra esclava. Estos pueblos africanos, capturados en su tierra y vendidos como una mercancía más en los puertos americanos, mantuvieron sus creencias, en donde Iemanyá jugaba un rol determinante como símbolo de la fertilidad, de la feminidad y del agua, ya que habría dado a luz, al agua de todo el mundo. Pese a que se la suele representar como una diosa blanca y delgada, la imagen debería ser el de una mujer negra con grandes senos, capaces de alimentar a sus 15 hijos.

Dice la leyenda, que Iemanyá se separó de su marido, el rey de Ife, y que partió hacia el oeste. Su padre, Olokum, le entregó un frasco para ser usado sólo en casos de emergencia. Esa emergencia llegó cuando los soldados de su marido la alcanzaron para regresarla al lecho marital. Iemanjá, frente al peligro, lanzó el frasco al piso y lo rompió en mil pedazos. El contenido del frasco se hizo agua, y el agua se hizo río. Ese río llevó a Iemanjá hacia el mar, el hogar de su padre y en donde ella, sería coronada reina.

El culto a Iemanyá fue prohibido por la iglesia católica, al igual que se prohibieron todos los cultos en América que no fueran el católico, apostólico, romano. Los esclavos, al igual que los aborígenes, fueron obligados a adorar al Dios de los cristianos, pese a lo cual, la fe en Iemanyá se expandió. Iemanyá se mantuvo como principal deidad entre los negros y mulatos desde Cuba hasta el sur de Brasil. Iemanyá se hizo culto para los pescadores, para quienes las tormentas no son más que la expresión del enojo de la diosa ante una promesa incumplida; dice la leyenda que Iemanyá no tolera la traición o la mentira. Y así como puede ser dulce madre ante sus hijos, su ira y su enojo se asemejan a una sola cosa en este mundo: la mar embravecida.

Todos los 2 de febrero, miles de creyentes se acercan a las costas del mar, para ofrendarle flores, comida y diversos regalos. El ritual se repite en toda la costa del Brasil, Colombia, Venezuela y las islas del Caribe. No sólo es una forma de agradecimiento, también es una ratificación anual de la persistencia de las creencias ancestrales. Iemanyá, diosa del mar, madre de divinidades, divinidad ella misma, pervive en sus milagros y en sus creyentes. Aquellos creyentes, que cada 2 de febrero se asoman al mar, para entregarse a manos de la diosa que da la vida a sus hijos Orishas y hace milagros con los sueños de los mortales.