La
revolución apenas daba sus primeros pasos y los desafíos eran inmensos para los
hombres designados para comandarla. Manuel Belgrano fue uno de ellos y a él le
tocó protagonizar una de las páginas más asombrosas de la guerra de le independencia:
el éxodo jujeño.
En febrero
de 1812, Belgrano había sido designado como jefe del Ejército del Alto Perú,
una fuerza que se encontraba envuelta en el desorden, la indisciplina y el
caos, luego de la derrota patriota en Huaqui. El nuevo comandante estableció su
campamento en Jujuy, a la espera de órdenes y recursos desde el poder central
de Buenos Aires.
A medida
que las tropas realistas lideradas por Pío Tristán avanzaban hacia el sur, la
situación de los patriotas en Jujuy se tornaba desesperante. Desde Buenos
Aires, las únicas instrucciones eran la de replegarse hasta Córdoba y abandonar
las poblaciones ante el avance enemigo. Belgrano, pese a su deseo de no dejar en
el desamparo a los pueblos del norte, no tuvo más opción que retirarse, ya que
carecía de fuerza militar con la que combatir a los realistas.
La única
alternativa era, en consecuencia, retirarse junto a todo el pueblo jujeño. Para
ello Belgrano impartió órdenes perentorias: toda la población debería abandonar
sus casas llevando consigo lo indispensable para la subsistencia. Todo lo
demás, debería ser destruido, incluyendo en ello a las cosechas, los animales y
cualquier recurso que pudiera servirle al enemigo. Los campos fueron
incendiados y muchas casas destruidas para evitar que sirvieran de refugio a
los realistas.
El 23 de
agosto de 1812, una extensa caravana de carretas comenzó su marcha desde Jujuy.
Ese día, se puso en marcha el éxodo jujeño. Fiel a su carácter, Belgrano fue el
último en abandonar la ciudad, que quedó desierta.
Durante 18
días, la columna de soldados, pobladores, carretas y ganado, avanzó con rumbo a
Tucumán. El gobierno liderado por Bernardino Rivadavia, había conminado a
Belgrano a replegarse hasta Córdoba, lo que hubiera significado dejar todo el
norte del país en manos enemigas. Ya en Tucumán, el creador de la bandera
comprendió que no podría seguir retrocediendo, ya que nadie estaba dispuesto a
seguir escapando. Forzado por la rebeldía general, Belgrano rápidamente
comprendió que la única alternativa era desobedecer al gobierno. Y así lo hizo.
por Pablo Camogli