Bioenergía: Un impulso para el crecimiento de los países


La FAO presentó un proyecto que permite repensar el papel de las energías renovables en la mejora socioeconómica de un país. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria trabaja en el desarrollo de tecnologías para la preservación del medio ambiente.

En este sentido, el Programa Nacional de Bioenergía del INTA se centra en “asegurar el suministro de fuentes y servicios sostenibles, equitativos y asequibles de bioenergía, en apoyo al desarrollo sustentable, la seguridad energética nacional, la reducción de la pobreza, la atenuación del cambio climático y el equilibrio medioambiental en todo el territorio argentino”.

El coordinador de este Programa, Jorge Hilbert, afirma que “desde el inicio de la difusión y puesta en marcha de la producción de biocombustibles a nivel mundial tres temas han estado siempre en la mesa de discusión y controversia: los balances energéticos, la competencia con los alimentos y la preservación del medio ambiente”.

Heiner Thofern, coordinador del proyecto de FAO, explicó: “Se trata de una herramienta de análisis que evalúa si el desarrollo bioenergético puede implementarse sin dificultar la seguridad alimentaria”.

La iniciativa “Bioenergía y Seguridad Alimentaria” (BEFS en inglés) pretende abordar este asunto de manera integrada, por lo que creó un marco analítico (que estará disponible en idioma español en breve) para ayudar a comprender si el desarrollo de la bionergía es una opción viable y, de serlo, identificar políticas que maximicen los beneficios para la economía y minimicen los riesgos para la seguridad alimentaria.

“Este proyecto –indicó Thofern– sirve como punto de partida en la toma de decisiones que los países deberán tener en cuenta. Allí, se analizan cuatro áreas de interés que aportan en el estudio de la relación entre la bioenergía y la seguridad alimentaria”.

Biodiesel en Argentina

Según Thofern, “la bioenergía, y específicamente los biocombustibles, han sido promovidos como medios para mejorar la independencia energética, promocionar el desarrollo rural y reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI)”.

En este sentido, las energías renovables constituyen la industria con mayor crecimiento del mundo, con una tasa media del 64 por ciento para los últimos cinco años e inversiones estimadas, para 2020, en 500 millones de dólares. En Latinoamérica ese porcentaje se incrementa a 145 por ciento durante el mismo periodo y la Argentina cuenta con grandes condiciones para convertirse en un actor fundamental entre los productores y exportadores de energías limpias a escala global.

Carlos St. James, presidente de la Cámara Argentina de Energías Renovables (Cader), sostiene que “la Argentina ha desarrollado una industria de biodiesel fuerte y extremadamente eficiente” y destaca que “tiene ventajas competitivas naturales como pocos en el mundo debido a la riqueza de sus suelos, el uso de métodos de siembra directa y el clustering de la industria sobre el Río Paraná”.

En esta línea, Hilbert destaca que “la Argentina se caracteriza por tener uno de los sistemas de producción agropecuaria más eficientes del mundo: la enorme difusión de la siembra directa ha reducido substancialmente el uso de maquinaria agrícola, el consumo de combustibles fósiles y ha conservado otro gran recurso escaso como es el agua”.

Las perspectivas agrícolas realizadas por Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y la FAO indican que en los próximos 10 años el mayor productor de biodiesel entre los países en vías de desarrollo “seguirá siendo la Argentina con el 25 por ciento del total de biodiesel producido y con el ocho por ciento de la producción global para el 2020”.

No obstante, la producción bioenergética no es por sí misma ni buena ni mala; no se trata de “alimento” vs. “combustible”.

Así lo confirma el coordinador del proyecto de eficiencia de cosecha, poscosecha de granos y agroindustria en origen del INTA, Mario Bragachini, quien afirma que la producción de alimentos de la Argentina deja un margen amplio para los biocombustibles.

“Producimos 100 millones de toneladas de granos que son transformados en alimentos con lo que se puede abastecer a 400 millones de personas en el mundo. Sólo somos 44 millones de habitantes, por lo que tenemos 356 millones de raciones que pueden ser destinadas a biocombustibles”, explica.

Por su parte, Hilbert coincide y destaca que “instalar una idea de competencia tiene muy escaso sustento dado el bajísimo impacto relativo de los biocombustibles en la producción agrícola en general. Por ejemplo, en Estados Unidos, la producción de bioetanol a partir de maíz no ha provocado mermas significativas en los volúmenes de exportación de ese país en los últimos años”, aunque advierte que “otro es el caso de los países africanos donde la difusión de ciertos cultivos para biocombustibles ocupan tierras donde se producían o se pueden producir alimentos”.

En esta línea, Thofern estima que si la producción de bioenergía “contribuirá o no a la seguridad alimentaria, la pobreza o la mitigación del cambio climático dependerá de cómo se desarrolle el sector de producción”.