La muerte lo acechaba y él lo sabía. Valiente como siempre, ordenó que la diligencia continuara su marcha, sin atender a los dichos que le anunciaban que lo esperaban para matarlo. Y los dichos fueron certeza aquel 16 de febrero de 1835. Una partida liderada por Santos Pérez, aguardó en Barranco Yaco por él, y lo mató de un tiro un la cara. La noticia corrió como reguero de pólvora por todo el ámbito de la Confederación Argentina, Han matado al Tigre de los Llanos, han matado a Facundo Quiroga.
Al momento de su muerte, Quiroga era, junto a Juan Manuel de Rosas, el líder del federalismo argentino. A diferencia del Restaurador, Quiroga no era un doctrinario del bando federal, era un hombre práctico que supo interpretar la voluntad del pueblo a favor de la organización federal de la República. Desde la provincia de La Rioja, Quiroga comandó la resistencia del interior ante el proyecto autoritario del partido liberal, liderado por Bernardino Rivadavia y Juan Lavalle en Buenos Aires y replicado en Córdoba, por José María Paz.
En aquella época titánica, las masas de gauchos y campesinos se lanzaron sobre el invencible y victorioso ejército argentino, que había regresado de la guerra contra el Brasil para imponer el unitarismo en el país. Mientras Rosas derrotaba a Lavalle, Quiroga combatió contra Paz en dos batallas memorables, que ganó el Manco Paz gracias a sus genialidades tácticas. Esas batallas fueron la de La Tablada, en las afueras de la ciudad de Córdoba, y en Laguna Larga, al sur de esa provincia.
Antes y después de estos duelos, Quiroga también combatió contra Gregorio Aráoz de Lamadrid, quién había ocupado militarmente la ciudad de Tucumán. Frente a Lamadrid, el victorioso fue Quiroga, quien venció en las batallas de El Tala y Ciudadela.
Su impronta guerrera, transformó a Quiroga en un mito andante para los pueblos del interior en lucha. Sobre su ferocidad y su combatividad se tejieron todas las fantasías, hasta la que sostenía que era como un fantasma que surcaba el campo de batalla montado en su caballo moro. Quiroga fue amado como un Dios por sus hombres, que le juraron una lealtad inconmovible. Pero también fue temido hasta el espanto por sus enemigos, sabedores de que Quiroga, no daba tregua.
Había nacido en 1788 en Los Llanos riojanos, cuna de caudillos y montoneros. Allí, Quiroga se transformó en un hombre que impulsó la industria local, a partir de sus múltiples negocios, en especial en el rubro minero. Al momento de su muerte, Quiroga dejó una herencia de 1.443.057 pesos, una verdadera fortuna para la época. A diferencia de muchos políticos enriquecidos de nuestra historia, Quiroga era amado, idolatrado y seguido a todos los combates por miles de riojanos, mendocinos, sanjuaninos y catamarqueños.