Un nuevo crimen de Occidente contra el mundo árabe y van...
Finalmente lo lograron.
Apresado vivo en su trinchera de combate de Sirte, el líder libio
Muammar Gadafi sufrió lo que es común cuando se enfrenta al Imperio en
cualquier parte del planeta. Sus captores le aplicaron con total
impunidad la "ley de fuga" y lo asesinaron vilmente, para luego mostrar,
una y otra vez, su cadáver sanguinoliento ante las cámaras de los
lacayos de Al Yazeera, Reuter o la CNN. Los monstruos de la OTAN
festejan su hazaña con risotadas y gestos desafiantes.
Ellos, a los que
la prensa del discurso único sigue denominando "rebeldes",
"revolucionarios" o "combatientes", son en realidad un puñado de
vulgares criminales que jamás podrán compararse con los auténticos
luchadores de la Resistencia libia que durante ocho meses han aguantado a
pie firme miles de bombardeos de la OTAN y el avance enloquecido de sus
esbirros, armados hasta los dientes, pero definitivamente cobardes en
el combate cuerpo a cuerpo.
El asesinato del líder
libio es, sin duda un duro golpe para el pueblo libio pero no se puede
hablar de una derrota definitiva. Eso es precisamente lo que temen los
mandos occidentales de la OTAN, ya que allí está como ejemplo lo
ocurrido en Iraq y Afganistán, donde la otrora "victoria" de los
invasores se fue convirtiendo en un infierno, que los ha ido obligando a
huir de lo que consideraban "territorio propio".
Todo indica, en ese
sentido, que la Resistencia Libia crecerá, aunque busque otras formas de
lucha para combatir a tan viles enemigos que no sólo han generado
matanzas masivas sino que han destruido (como hicieron en Iraq) la casi
totalidad de la infraestructura de uno de los países más desarrollado
del continente africano.
Lamentablemente, y esto
es lo que queda cada vez más claro a la luz de lo ocurrido en todos
estos años, el gran error de Gadafi fue haberse relacionado en su
momento con quienes hoy se han convertido en sus verdugos. Como bien
decía Che Guevara, "en el imperialismo no se puede confiar ni un tantito
así, nada" . Gadafi desoyó tales recomendaciones y sucumbió a los
cantos de sirena, tentado por la idea de poner en marcha
reconciliaciones imposibles -con quienes le habían asesinado a su propia
hija- y cruzó sorpresivamente el charco, llevado de la mano de
especulaciones financieras indefendibles.
Lo ocurrido en esa época
ensombreció parcialmente la historia de quien surgiera como uno de los
baluartes de la Revolución africana. Daba la impresión de haber
emprendido un camino sin retorno, pero no fue así, ya que a mediados de
2010, su Gobierno había decidido poner coto a las ambiciones económicas
de sus "aliados" y eso es precisamente lo que puso en marcha, en el mes
de febrero, la campaña injerencista de los EEUU y la Unión Europea para
apoderarse del petróleo y el oro libio.
Ahora
bien, que Gadafi haya sido seducido en su momento por las tentaciones
de Occidente, no disculpa para nada que buena parte de la izquierda
internacional y los sectores progresistas se hayan podido equivocar
tanto a la hora de repudiar la invasión criminal de la OTAN y por lo
tanto no movilizarse contra ella. Fue precisamente en esos momentos tan
álgidos, cuando se convierte en complicidad criminal dudar sobre quien
es realmente el enemigo principal de los pueblos que luchan y abogan por
su independencia. Definitivamente, no se podía dudar de qué lado del
campo de batalla ubicarse.
Por
otra parte, fue precisamente en esos momentos cuando la figura del
coronel Gadafi comenzó otra vez a agigantarse, sobre todo a la luz de la
vesanía de quienes bombardeaban y masacraban a su pueblo. Su decisión
de resistir junto a su pueblo y no abandonar un territorio que comenzaba
a convertirse en un escenario de muerte y destrucción, hicieron evocar
aquellos años en que derrocara a la monarquía e implantara una nación
revolucionaria con definiciones socialistas.
Atrincherado en los
bastiones de Beni Walid y Sirte junto a sus combatientes, Gadafi y sus
hijos fueron demostrando en estos dos últimos meses, en que los ataques
otanianos se hicieron más intensos, que frente al Imperio y su accionar
criminal no queda otro camino que la resistencia. Una y otra vez, los
combatientes libios hicieron retroceder a los mercenarios del Consejo
Nacional de Transición, y en este desigual enfrentamiento, se fueron
escribiendo páginas de una heroicidad sin par, ya que Sirte (una de las
ciudades más bellas de Africa, hoy virtualmente destruida) fue algo más
que una trinchera anti OTAN, sino que se convirtió en símbolo del coraje
de todo un pueblo. Allí precisamente, dicen las agencias occidentales
-de dudosa fama a la hora de la credibilidad- que habría sucumbido el
líder libio, peleando hasta el último instante, cumpliendo la palabra
dada a sus seguidores incondicionales, de no abandonar el país hasta la
victoria o el martirio.
Ahora, que las
pantallas televisivas muestran la alegría del pederasta internacional
Berlusconi o de sus colegas Sarkozi, Obama y Clinton, mezclado con
flashes en que se ve el cuerpo del coronel libio, ahora que vendrán los
buitres voraces a robarse las riquezas del país y aplicarán el terror
contra quienes no se sometan a sus dictados, ahora que se instalarán los
invasores de la Africom, una buena parte del pueblo de esa Nación
invadida y arrasada por la criminalidad occidental, llorará a su líder,
hará su obligado duelo, pero sin pérdida de tiempo se sumará a los
nuevos batallones de la Resistencia que más temprano que tarde harán
arrepentir a estos nuevos Cruzados de Occidente, ambiciosos, bestiales,
destructores, como sus antecesores.
Lo ocurrido en Libia
deja enseñanzas que no hay que desatender.
El Imperio en su
contraofensiva no se detiene ante nada, cuenta para ello con la
cobertura del terrorismo mediático y de cómplices insospechados que con
su silencio amparan su accionar devastador. De allí que sea necesario
que las fuerzas populares y progresistas del planeta tomen nota y se
preparen para nuevos escenarios donde, sin duda, habrá que unir fuerzas,
dejar de lado divisiones estériles y agudizar la creatividad para
resistir y vencer a esta nueva vuelta de tuerca del colonialismo
occidental.
Carlos AznarezDiario de Urgencia