Para cuando los europeos se avivaron de que la tierra era
redonda y en busca de esa confirmación se toparon con América, ya convivían en
nuestro continente unas 40 millones de personas bajo numerosas culturas
diversas, desarrolladas y profundamente vinculadas con la naturaleza
circundante. A comienzos del siglo XV, había dos grupos predominantes en el
ámbito americano. En Sudamérica, se encontraban los Incas, con una expansión a
lo largo de toda la región andina. En Mesoamérica, por su parte, se habían
desarrollado los aztecas, pueblo guerrero y conquistador por excelencia.
Los mexicas, tal el nombre que los aztecas se daban a sí
mismos, tuvieron un surgimiento tardío, ya que recién en 1325 fundaron
Tenochtitlán, la que luego sería la poderosa capital del imperio azteca. La
ciudad estaba asentada en una isla ubicada al poniente del lago de Texcoco, en
lo que hoy es la actual ciudad de México.
Luego de una serie de enlaces matrimoniales y de conflictos
armados, los mexicas conformaron una confederación o alianza con los pueblos
Acolhua y Tlacopan. Esta unión comenzó una política expansiva sobre los
territorios circundantes, en donde la guerra era un fenómeno religioso y ritual
que daba gran poder a los aztecas, los que rápidamente se transformaron en el
grupo más poderoso de la confederación.
En términos económicos sociales, el dominio azteca se basó
en el aprovechamiento de la diversidad ecológica existente en Mesoamérica. Mediante
la guerra, el matrimonio o las alianzas, los aztecas impusieron tributo a
muchos pueblos ubicados entre el Pacífico y el Golfo de México, en donde
particulares condiciones climáticas generan una gran diversidad productiva.
Al momento de la llegada de los invasores europeos, los
aztecas eran un pueblo desarrollado en términos tecnológicos y culturales. Con
una cosmovisión propia, sustentada en la existencia de una multiplicidad de
divinidades, la gran mayoría de ellas ligadas a la naturaleza. Entre los
complejos elementos que explican la relativamente fácil conquista española, uno
de ellos tiene que ver con la influencia que una serie de mitos y leyendas
tuvieron a la hora de interpretar la invasión.
Los aztecas, los feroces guerreros que no mataban en
combate, sino que capturaban prisioneros para ofrendar a los dioses, cayeron
vencidos por el invasor europeo, que supo valerse de las contradicciones del
sistema imperial montado por los mexicas. Los españoles lograron el apoyo de
numerosas tribus que habían sido sometidas por los aztecas y que gustosos
ayudaron a Cortéz y su gente.
El poder de Tenochtitlán se apagó tan rápido como había sido
el surgimiento de los aztecas, pero éste había respondido a un larguísimo
proceso histórico de conformación cultural de Mesoamérica. Es por ello que, pese
a la invasión, a los cinco siglos de opresión y autoritarismo cultural de las
clases dominantes, las culturas americanas, nuestras culturas, todavía tienen
mucho para decirnos y enseñarnos.
Pablo Camogli