Hay ciertos objetos que, con su sola
aparición o difusión entre los hombres, han servido para cambiar la historia de
la humanidad. El listado es largo, desde la rueda hasta las computadoras,
pasando por la pólvora o la vacuna contra la polio, pero pocos han significado
un cambio tan radical para un objeto tan sencillo. Un día como hoy, 23 de
febrero de 1455, se terminaba de imprimir el primer libro de la historia, el
objeto, que revolucionó al mundo.
Si bien los libros existían desde un par de
milenios en el mundo antiguo, el trabajo artesanal que se requería para su
confección, ya que eran escritos a mano por escribas especialistas en la materia,
hacía de ellos un objeto de lujo y de difícil acceso. También se podían
publicar libros realizados en xilografía, que requería de un meticuloso trabajo
artesanal. A ello, se sumaba la oscurantista política de la Iglesia Católica,
que en defensa de una supuesta verdad bíblica, había ocultado en sus
bibliotecas monacales, las verdades científicas que figuraban en los libros
prohibidos.
El incipiente desarrollo del mercantilismo
en los siglos XIV y XV, permitió la apertura mental de los europeos, al ponerlos
en contacto con culturas distintas y ante la necesidad de obtener los
conocimientos que les permitieran viajar por el mundo y mejorar sus formas de
producción. Fueron los siglos del avance de la técnica, del conocimiento de la
naturaleza, de la brújula, la astrolabio y, claro está, el libro.
Por la época, se imprimían naipes y
estampas religiosas, pero nadie se había propuesto hacer libros en cantidad.
Hasta que apareció un tal Johannes Gutenberg, nacido en 1398 en Maguncia,
Alemania.
Con una tradición como fundidor de oro y
platero, a Gutenberg se le ocurrió algo relativamente sencillo. En vez de hacer
moldes de madera, como el la xilografía, se propuso hacer moldes de hierro
fundido. De esta forma, inventó los “tipos móviles”, letras que se podían acomodar
para formar palabras, oraciones, frases y hasta páginas enteras de texto.
Para su primera experiencia, hizo más de
150 tipos y se puso a imprimir una edición de 140 biblias. Con enormes
dificultades económicas, la obra demandó más de dos años y sus trabajos finales
no pudieron ser realizados por Gutenberg, sino por Peter Schöffer, ayudante
designado por su socio capitalista para tal fin.
El 23 de febrero de 1455, según dice la
tradición, se concluyó con el primero de aquellos libros. Con el tiempo, la
imprenta se iría perfeccionando y los libros se transformarían en un objeto de
consumo cada vez más masivo, permitiendo el desarrollo cultural necesario para
dejar atrás el oscurantismo de la edad media y revolucionar al mundo moderno.
Pablo Camogli