Las guerras se definen en los campos de
batalla. Mucho más en aquellas que se desarrollaron a comienzos del siglo XIX,
en el marco de la revolución y la guerra de la independencia, cuando la lucha
era cuerpo a cuerpo y cara a cara entre los hombres, sin mayores desarrollos
tecnológicos y con el sólo poder de sus espadas y caballos. En aquel contexto
histórico, hubo una batalla que bien pudo haber cambiado la historia, esa
batalla se libró el 19 de marzo de 1818 en el campo de Cancha Rayada, la
derrota que pudo haber cambiado la historia.
Luego del cruce de los Andes y de la
victoria de Chacabuco, los patriotas habían recuperado el dominio sobre buena
parte del territorio chileno. Mientras San Martín viajó a Buenos Aires para
obtener los apoyos necesarios de cara a la continuación de la campaña, Bernardo
O´Higgins asumió el gobierno del país con el cargo de Director Supremo.
A todo esto, los realistas de Lima
comprendieron la gravedad de la situación y enviaron prontos auxilios para las
tropas que aún permanecían en el sur de Chile bajo la bandera del rey. En torno
a la fortaleza de Talcahuano se había reunido un numeroso contingente de tropas,
las que podían ser abastecidas por mar sin mayores dificultades.
Para febrero de 1818, los realistas, la
mando de Mariano Osorio, ya estaban en condiciones de salir a buscar a los
patriotas para jugarse la suerte en una batalla campal. Con este objetivo,
comenzaron la marcha hacia el norte, con destino a Santiago de Chile. El 4 de
febrero, el ejército del rey llegó a Talca.
Por el lado de los patriotas, San Martín
contó con el ejército más poderoso de toda su carrera militar. Eran 8000
hombres con 33 piezas de artillería y una plana mayor integrada por la mejor
oficialidad de la guerra de la independencia. El poderío militar de la fuerza
patriota parecía incontenible para los realistas, que prácticamente quedaron
cercados en Talca.
En la tarde del 19 de marzo, San Martín
dispuso a sus tropas de forma tal de dejar todo listo para la mañana siguiente,
en la que esperaba vencer al enemigo en una batalla decisiva. Pero los
oficiales realistas tenían otros planes. Pese a las dudas de Osorio, fueron sus
oficiales los que lo convencieron de sorprender a los patriotas. Y así lo
hicieron.
Con la llegada de la noche, 2500 realistas
con 16 piezas de artillería avanzó sobre el campamento patriota e iniciaron un
ataque sorpresivo que generó un enorme caos entre las fuerzas sanmartinianas,
que fueron desorganizadas y dispersadas en cuestión de minutos. Al final de la
acción, los patriotas habían perdido 120 muertos, 300 heridos y prisioneros y
más de 2000 dispersos. Lo más grave, fue la perdida de un cuantioso arsenal, que
cayó en manos del enemigo. La derrota no fue más grave, por que el jefe del
flanco derecho, Juan Las Heras, pudo abandonar el campo de batalla en perfecto
orden y sin sufrir bajas.
Pablo Camogli