El desembarco de San Carlos, el corredor de las bombas


La guerra de Malvinas ya había estallado. Desde el 1° de mayo que los ingleses venían bombardeando las posiciones argentinas en las islas, mientras que los pilotos de la Fuerza Aérea sostenían en enconado combate contra el poder naval, aéreo y tecnológico de los piratas ingleses. La flota argentina, por su parte, ya había sido derrotada en el segundo día de la guerra, al hundirse el Crucero General Belgrano. Con el mar circundante a las islas bajo su dominio, el siguiente paso de la guerra era el desembarco anfibio, el desembarco de San Carlos, el corredor de las bombas.

En la noche del 20 de mayo, una formidable escuadra de desembarco asomó sobre la boca norte del estrecho de San Carlos, que divide a las dos islas principales del archipiélago de las Malvinas. Desde los grandes desembarcos de la segunda guerra mundial y alguna operación durante el conflicto de Vietnam, que no se veía una fuerza anfibia de tamaña magnitud.

En las primeras horas del 21 de mayo, estaba claro que las tropas inglesas se dirigían hacia la bahía de San Carlos: la Operación Sutton estaba en marcha. A las 4 de la madrugada, doce lanchas de desembarco, cargadas con soldados del batallón de Paracaidistas N° 2, avanzaron sobre las playas. Cuarenta minutos después, desembarcaron los hombres del batallón de comandos N° 40 y los del N° 42. Debido a las dificultades en la navegación, el batallón de Paracaidistas N° 3 recién puso pie en tierra a las 7 de la mañana.

A todo esto, la resistencia argentina fue heroica pero simbólica. La inoperancia estratégica había determinado que la bahía de San Carlos, que era el lugar más probable como para una operación anfibia, sea prácticamente desprotegida. La defensa se integró con personal de la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 y una sección de apoyo del Regimiento de Infantería 12 con dos cañones de 105 mm sin retroceso y dos morteros, al mando del teniente primero Carlos Esteban. En total, eran sólo 60 hombres para repeler a toda la fuerza de desembarco de la OTAN.

Pese a la disparidad de fuerzas, las tropas argentinas resistieron los embates de los invasores. Cuatro helicópteros ingleses fueron derribados por la fuerza de Esteban, que no tuvo más alternativa que emprender la retirada. Durante cuatro días, los argentinos marcharon hacia el este, en procura de Puerto Argentino. Recién el 25 de mayo, un helicóptero pudo rescatarlos, famélicos y agotados, a la altura del monte Douglas.

Lo cierto es que para el mediodía, varios miles de soldados ingleses cavaban aceleradamente trincheras en la zona de San Carlos, ante el temor de un contraataque argentino. Contraataque que jamás se realizó, porque nunca estuvo ni siquiera planeado.

A partir del 21 de mayo y por el transcurso de varios días, el estrecho de San Carlos se convirtió en un escenario dantesco, con miles de toneladas de barcos mandadas a pique y decenas de aviones derribados. La batalla por el control del estrecho, quedó en manos de la armada británica y los pilotos argentinos, que transformaron al estrecho de San Carlos, en el corredor de las bombas.

Pablo Camogli