La segunda
guerra mundial estaba llegando a su fin. Las otrora poderosas potencias del eje,
se deshacían como el polvo ante el avasallante poder de fuego de las fuerzas
aliadas. Berlín, la capital de la soberbia Alemania del Tercer Reich, era el
objetivo central y simbólico para los aliados en Europa. Hacia ella, con una
obstinada determinación destructiva, se dirigieron los soviéticos desde el este
y los anglonorteamericanos por el oeste. El 18 de abril de 1945 comenzó la
batalla de Berlín, la última batalla de la Segunda Guerra Mundial.
La estrategia
bélica diseñada por Adolf Hitler había fracasado rotundamente. Del comienzo
arrollador de la Blitzkrieg o guerra relámpago, poco quedada a comienzos de
1945. Las fuerzas aliadas habían cercado al poder alemán y lo habían obligado a
refugiarse en la capital del país. Para comienzos de abril, Berlín era una
ciudad desierta, en ella tan sólo quedaban las últimas unidades del ejército
alemán y los escasos pobladores que no tenían a donde escapar.
El 16 de abril
en la madrugada, las tropas soviéticas iniciaron el ataque sobre los altos de
Seelow, la última barrera defensiva para poder ingresar a Berlín. Sólo el
primer día de batalla, los rusos lanzaron más de 1.200.000 proyectiles de artillería.
Esa misma madrugada, unos 800.000 soldados, en compañía de 3000 tanques y
carros, se lanzaron sobre las posiciones alemanas, defendidas por 200.000
hombres. Durante tres sangrientos días, las tropas del Tercer Reich resistieron
el embate ruso, pero la superioridad numérica terminó favoreciendo a éstos
últimos, que rompieron las líneas enemigas el 19 de abril, con un saldo de
70.000 rusos muertos.
De esta forma,
Berlín se preparó para la batalla final. La ciudad venía sufriendo constantes
bombardeos aéreos, pero su poder de fuego aún era importante. En esos días,
habían caído sobre la ciudad 45.000 toneladas de bombas. Cerca de 50.000
soldados alemanes integraban el núcleo defensivo, pero varios miles más se
plegarían a la resistencia, que sería cuadra por cuadra, casa por casa.
Los rusos lo
sabían y es por ello que reconcentraron todas sus fuerzas en torno a la ciudad
y el día 20 de abril iniciaron el asalto, que duraría casi tres semanas. Siete
ejército soviéticos, con el apoyo de artillería y bombarderos de la aviación
rusa, se lanzaron sobre la ciudad. Con suma lentitud el ejército rojo fue superando
las líneas defensivas, su ritmo de marcha fue de apenas 50 metros por hora, una
muestra de la tenaz resistencia alemana.
El 28 de abril,
el comandante ruso Chuikov lanzó el ataque sobre el Reichstag, la sede del
gobierno alemán. Al iniciarse la jornada del 30 de abril, 60 tanques T34
rodearon el edificio y comenzaron a bombardearlo sin cuartel. Para el fin de la
tarde de ese día, los rusos lograron superar las puertas, pero la resistencia
en el interior duraría otros dos días. A todo esto, ese mismo 30 de abril, en
el bunker central alemán, Hitler se suicidaba. La guerra había concluido.
Pablo Camogli